lunes, 10 de junio de 2013

EL BECERRO DE ORO

Dios ha muerto. Es inútil ya proclamarse ateo, creyente, agnóstico o mediopensionista. Si alguna vez Dios existió, afirmo rotundamente que debió morir no hace mucho, sólo y en silencio, como corresponde a un buen anciano moderno que se precie.

Si no, ya me dirán a cuento de qué ocurre lo que ocurre un fin de semana sí y otro también. En un país con seis millones de parados, la gente se paraliza (perdón por la redundancia) pegada al televisor para asistir con el corazón en un puño a un didáctico espectáculo: el de ver a dos  compatriotas muchimillonarios hacer aún más grande su fortuna, en medio de una narración épica digna del mismísimo Homero. El nacionalismo revestido de deporte. Y lo peor viene el lunes. Porque los comentarios del café no giran más que en torno a eso: que si Nadal es un fenómeno, que si Alonso una máquina...

Conste que no digo que lo conseguido por ambos no tenga mérito, que seguro que lo tiene y mucho. Y eso es independiente de su calidad como personas. Lo que afirmo es que aquí el mérito de cada cual está desproporcionadamente recompensado. Es muy fácil que ayer Nadal se embolsara él solito el presupuesto de varias Direcciones Generales de muchas autonomías. Por ejemplo, el importe para premios del Roland Garros en 2013 ha sido de 21 MM. de €. Nadal ha ganado 1,55 MM en una semana. Yo, hay años enteros en los que no los gano. Y ese presupuesto francés para premios han ido creciendo todos los años, en medio de los recortes generalizados. En cambio, el presupuesto para fomento del empleo en la Comunidad Valenciana es de 5 MM. Y está congelado desde 2010, cuando más falta hace aumentarlo.

Y mientras Nadal y Alonso consiguen esto en medio del fervor popular, los bancos de alimentos se vacían. Y la Casa de la Caridad en Valencia reparte 1.000 raciones diarias, además de otras actuaciones solidarias.  Eso con un presupuesto que debe estar por los 5 MM. €/año. Fernando Alonso, sólo de Ferrari, cobra 26 MM.

Cuando los hebreos vieron que Moisés tardaba en bajar del Sinaí, fundieron sus anillos y fabricaron un becerro de oro al que adoraron como un dios, porque al de verdad ya se habían cansado de esperarlo. Puede ser eso lo que nos pasa. Adoramos y magnificamos justo lo contrario de lo que es conveniente para salir de la situación en la que estamos. El día imaginario en el que cuatro millones de personas estén pendientes del televisor para contemplar la inauguración de una nueva escuela por parte de la Fundación Vicente Ferrer, por ejemplo, podrá decirse que ya no estamos en crisis. Para llegar hasta eso, tendríamos que cambiar antes todos nuestros fundamentos morales y sociales, de forma que una crisis como la actual no sería posible.

La Educación, como siempre, es la base de ese cambio. Y la lucha ha de ser mejorarla para hacernos mejores. Y eso empieza en casa, continua en el colegio, avanza en los medios de comunicación, trepa por las ramas de la política e impregna poco a poco cada cosa que hagamos. No debemos criticar a "la sociedad" porque ahora muchos de nuestros hijos conozcan, como única Ley, la del Mínimo Esfuerzo. Ni tampoco porque parte de nuestros gobernantes tengan como principal objetivo averiguar qué puede hacer España por ellos, en lugar lo contrario. No, no lo hagamos. Salvo que hayamos llegado a la conclusión de que la sociedad somos nosotros, lo cual no sería poco avance. Es fiel reflejo de nosotros mismos.

Yo soy de los que cree que el hábito hace al monje. Y si hacemos bien las cosas, al final, seremos buenos. Es más fácil eso que lo contrario.

Porque si no, en cuanto nos descuidemos, bajará de nuevo Moisés del Sinaí con las Tablas de la Ley y nos las partirá en la cabeza. Y nos haría un favor.

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