Hoy he salido a la calle y no hay
nadie. Pero nadie. Nadie por la calle, nadie en las tiendas, nadie en sus casas,
nadie en ningún sitio… O sea, nadie de verdad.
Ayer yo vivía en una localidad de 24.000 habitantes. Hoy estoy solo. A
todos se los ha llevado esta peste del siglo XXI. Todos los habitantes de La
Pobla de Vallbona han desaparecido. Ayer este era un pueblo vibrante. Hoy no
queda nadie. Y seguro que yo moriré mañana…
O esa es la idea que muchos
deberían hacerse para entender mejor la tragedia que estamos viviendo en España.
Porque nos perdemos, o nos llevan a perdernos, mejor dicho, en curvas, picos,
ratios, comparativas y “desescaladas”. Pero no vemos la verdad.
Porque esa que yo hago al
principio es la comparación que nadie se hace. Sólo en un mundo donde ahora
todo se relativiza, se puede entender que con 24.000 muertos aún sigamos sin
decretar luto nacional permanente, sin banderas a media asta y sin programación
en medios públicos adecuada a esta tragedia, no comparable en España con nada
desde nuestra Guerra Civil. Hemos preferido esconder a los muertos y con ellos,
nuestras propias culpas. Hemos estado ocupados desenterrando otros cadáveres
pero estos no nos interesa que se vean. Por eso cada día nos dan la cifra y la
oímos ya como si oyéramos el número de la lotería.
Tenemos unos gobernantes a nivel
nacional, regional y local absolutamente impávidos ante esta debacle. Algunos
han hecho el paripé de decretar un día de luto y luego, vuelta a la normalidad.
Vuelta al “Resistiré”. Porque eso es lo único que les interesa: resistir en sus
cargos, pase lo que pase y hayan cometido los errores que hayan cometido.
Aquí no dimite nadie. En España tenemos
un Gobierno que, por boca de Marlaska, dice que no hay por qué pedir perdón. En
Valencia, un presidente autonómico que sí ha pedido perdón con la boca pequeña pero
que no ha dimitido él ni cesado a ningún responsable de Sanidad. En la Pobla de
Vallbona sufro de un gobierno municipal que pagó con mi dinero un autobús para
llevar a los suyos a la manifestación del 8M y que insiste en los lugares
comunes de que no hay que criticar sino arrimar el hombro o de que en Madrid lo
hacen peor. Brillante discurso el que tienen… Pero ni una palabra de reproche
hacia el Gobierno que, según ley, tiene la responsabilidad de trasladar al país
las alertas sanitarias y tomar a tiempo las medidas adecuadas. O sea, que no
les advirtió y permitió que corrieran un riesgo innecesario ese día y que nos
lo hicieran correr al resto del pueblo. Vamos, ni un reproche hacia los
partidos de los que depende su sueldo.
Tenemos al mando a una izquierda,
y algún que otro arrimado colaborador, con un guión aprendido: primero, que “es
una pandemia global que ha afectado a todos”; segundo, “hemos hecho todo lo
posible”; tercero, “padecemos ahora los recortes del PP” y cuarto, “la
ultraderecha lo habría hecho peor”. Y
vuelta a empezar. No hay más criterio que ese ni más razones.
Esa es su nula asunción de culpas,
su aversión a la democracia, su desprecio por la verdad, su odio por la
oposición y, por supuesto, su impasibilidad ante los muertos.
Pero no tienen ellos solos la
culpa. Sólo una sociedad decrépita y sin valores es capaz de salir al balcón a
bailar cuando una localidad como esta, de 24.000 habitantes, ha desaparecido
entera. Somos una sociedad enferma que llora por un perro, que se desnuda y se
pinta de rojo para protestar por la tauromaquia pero que luego sale a cantar
cada día con 24.000 muertos delante y que hace comedias en su televisión
pública sobre ello.
Sólo una sociedad viciada, ciega,
acomodada en la miseria moral y cobarde como la que tenemos ahora es capaz de
perdonar a estos gobierno sus atentados contra la democracia y la dignidad de
la personas. Tenemos una mayoría de
gente sin alma y acostumbrada a que les mientan.
No espero nada de ellos. Todos
mis vecinos de La Pobla han muerto. Y lo que me temo es que también lo hayan
hecho en toda España.