lunes, 20 de marzo de 2023

¡Volveré!


VALENCIA, ABRIL DE 2009...

El General Mc Arthur pronunció, tras ser desalojado de Filipinas por los japoneses en 1941, su famoso “¡Volveré!”. Y lo hizo. Tres años más tarde, las fuerzas aliadas bajo su mando desembarcaron en la isla de Leyte, el 20 de octubre de 1944, cumpliendo su juramento. 

Hoy me voy de Madrid. Con ilusiones, con ganas de mejorar, un poco como se iban nuestros emigrantes en los años sesenta. A buscar el sustento, en este caso emocional, que no económico. E igual que ellos me sentiré. Me dejo aquí parte de mi corazón. 

Me voy de Madrid y me cuesta creérmelo aunque yo mismo lo esté escribiendo. Hoy Madrid tiene otro color, un color más gris. La gente va a lo suyo, como todos los días. No parece importarle que me vaya de aquí. ¿Pero es que no lo ven? Hoy todo huele a despedida. Miro cada cosa sabiendo que es por última vez. Se cierra un capítulo de mi vida que ha durado 45 años, todos los que tengo. Pero 45 años no son muchos en un lugar más que milenario como este. 

Ahora nada será igual. Hay una cosa que será mejor: que estaré con mi familia. El precio será alto, muy alto. El precio es nada menos que abandonar la ciudad en que nací, crecí, la que conozco, admiro, padezco, deseo y sueño. La capital del Imperio. La generosa y abierta Madrid, siempre dispuesta a adoptar como propios a los hijos ajenos, cual Loba Capitolina. El lugar de España donde menos importa la procedencia. Da igual de donde vengan. Parodiando el viejo chiste de bilbaínos, Madrid concede a todo el mundo el derecho a ser madrileño, sea donde sea donde haya nacido, solo que en este caso no es un chiste, sino la más pura realidad. 

Además, tengo un hijo madrileño. No deseo que vea a Madrid como algo ajeno. Madrid es la ciudad de su abuela, de su padre y la suya propia. Deseo que crezca sabiendo y apreciando el lugar del que proviene, sus raíces, su historia y, quien sabe, ojalá que buscando hacer el camino inverso al que he hecho yo. También espero que nunca me culpe por haberlo sacado de allí porque me rompería el corazón. Que sea feliz esté donde esté, pero que la “morriña” le entre y alguna vez y decida volver. Y yo que viva para acompañarlo. 

Es difícil abandonar Madrid de buen grado, como es difícil abandonar a un hijo o a una madre. Y dejar Madrid y a la vez a los padres es, me atrevo a asegurar, de las cosas más dolorosas que uno puede sufrir.

Madrid, el Madrid antiguo y sabio es ese libro abierto donde cada día aprendes algo. Donde cada esquina y cada plaza dan para escribir varios capítulos. La Historia tiene aquí un buen filón. Haber sido la capital del Imperio más vasto y poderoso del mundo durante 300 años no es algo baladí. Imprime carácter. Desde aquí se conquistaron continentes enteros. Desde esta ciudad, con poco más de 200.000 habitantes, se mantuvo a fuerza de espada y arrojo la fe católica en medio mundo. Se contuvo al turco en Viena, a los protestantes en Flandes, a los piratas en el Caribe y en todo el Mediterráneo, se luchó en África hasta Libia, en Europa hasta Grecia o Inglaterra, se fundaron ciudades en América del Norte y del Sur o en Filipinas. En fin, desde aquí se gobernó medio mundo y la Corte de Madrid era la más importante de todo el Orbe, donde todo el mundo quería venir a medrar. No, no es fácil abandonar Madrid porque Madrid lo ha sido todo.

 

Madrid es también, al fin y al cabo, una extensión de la cercana Castilla. Y su carácter austero, relajado en parte por la inagotable llegada de gente de otras partes de España,  está presente en los madrileños de varias generaciones. Un carácter socarrón, cínico incluso, sabihondo, preciso en las palabras y parco en los gestos. Que da cosas por sabidas porque aquí se sabe todo. Chulo, sí. Si chulería es presumir de lo mejor, pues debe ser eso lo que hay aquí.

 

Madrid es viejo y nuevo a la vez. Y las dos cosas me gustan. Es un poliedro completísimo donde encontrar templos egipcios de 4000 años e inverosímiles gigantes de acero y cristal de 250 m. Es tan grande que cabe todo y tan pequeño como para caber él mismo en el corazón. En este caso, en el mío.

 

Me llevo una parte de Madrid conmigo que luciré cual condecoración y de la que presumiré en todas partes y en todo momento, pero también dejo aquí una parte de mí. Hay que estar muy loco para abandonar el mejor sitio del mundo. Yo debo de estarlo. 

Pero no me voy para siempre. Si pensara que me voy para siempre, debería hacer parada en Ciempozuelos y quedarme allí. Un madrileño como yo no se va de Madrid si no es de vacaciones. El resto del mundo es muy bonito pero es tan solo eso: el resto del mundo. Y todos los demás lugares son bellos, o cálidos, u hospitalarios, o lujosos, o alegres o…pero no son Madrid, mal que me pese. Y no pueden ser un lugar para vivir. El resto del mundo es tan solo una pasable segunda residencia. 

Por eso he decidido que me voy de vacaciones. Me voy a Valencia con mi familia. Me tomaré unas largas y espero que fructíferas vacaciones, que interrumpiré de cuando en vez para volver por el foro a tomar algo con Neptuno o dar un paseo con Cibeles. Para ver cuantos kilómetros de Metro más se han construido (ahora, desde mi casa a Sol sin transbordos) o para comprobar si los bocatas de calamares o el chocolate con churros siguen sabiendo aquí a gloria bendita, como en ningún otro sitio. O a darme el placer de beber agua del grifo, algo con lo que ni siquiera sueñan en ningún lugar del Mediterráneo.

Necesitaré venir a Madrid de vez en cuando como los cetáceos necesitar subir a la superficie. Una cuestión de supervivencia.

Espero que no me guardes rencor, mi Madrid del alma, por abandonarte ahora pero es por una muy buena causa. Y prometo que alguna vez se acabarán estas vacaciones. Quizá en 10, 20 o 30 años, pero se acabarán. Y entonces cumpliré, como Mc Arthur, con la promesa que hoy hago. ¡Volveré! No sé como ni cuando, pero lo haré.