Cayetana Álvarez de Toledo ha sido durante los últimos
dos años mi canario en el Partido Popular. Como Albiol y, en menor medida, como
Iturgaiz. Hubo otros, como María San Gil, que notaron pronto ese gas.
Con ellos ahí, personas como yo o como Rosa Díez, por
ejemplo, hemos confiado en que el PP podría haber superado sus miedos y
autolimitaciones para abordar, ahora sí con valentía, los asuntos de Estado.
Desde nuestras diferencias, porque no estamos en la misma línea política,
algunos hemos visto que en ciertos asuntos el PP estaba ahora por la labor de
dar la batalla al extremismo que nos amenaza, en lugar de meter la cabeza bajo
el ala, como hiciera Rajoy.
Craso error, el nuestro y el de muchos más.
El poder paga bien a los suyos. Los dos partidos
principales desde la Transición se han encargado de centrifugar a los llamados
“versos sueltos”. Por no hablar de la corrupción, claro. En el PSOE expulsaron a Pablo Castellano en
1987 por denunciar corrupción interna. Desde entonces, docenas de condenas han
manchado al partido del puño y la rosa, entre ellas la de los ERE, la mayor
condena por corrupción jamás impuesta en España. En el PP no necesitaron
expulsar a nadie porque su selección de personal era mucho más certera: sólo
subían los incondicionales y han tenido muy pocas denuncias internas, por no
decir ninguna. Sólo gente extravagante como Marjaliza o Marcos Benavent, el
“yonqui del dinero”, que han cantado cuando ya se han visto tras los barrotes,
pero nadie desde dentro había advertido de nada de aquello públicamente.
Pero, sin necesidad de tocar temas monetarios que han
dado para varios libros, tanto PP como PSOE mantienen una estructura férrea
donde sólo está permitido el aplauso al jefe y lo demás se considera, como bien
le ha dicho Casado a Álvarez de Toledo, “poner en cuestión la autoridad” del
líder.
Los partidos instalados en el Congreso ahora no son la
representación de un conjunto de personas con motivaciones políticas dispuestas
a mejorar la situación de España, sino simples estructuras piramidales de
poder, herramientas, muy subvencionadas por cierto, para alcanzar la cima y
mantenerse. Y para eso no se necesitan librepensadores ni gente que diga la
verdad, ni personas cultas, ni valientes… De hecho, estorban. Sólo se necesita
obediencia. No quieren a nadie que le recuerde a su líder que es mortal.
Hace un tiempo se habló de la posibilidad de que
Feijóo optara al puesto de Presidente del PP. El gallego no ha necesitado hacer
eso personalmente y tiene todo atado y bien atado en Madrid. Para qué
complicarse la vida cuando ya tiene en Génova a un propio para estas cosas.
El cese de Cayetana recuerda por fuerza a la salida de
Rosa Díez del PSOE de Zapatero en 2007. No es casual que ambos hechos hayan
sido por las mismas razones: el abandono por parte de sus partidos de sus ideas
tradicionales, el acomplejamiento acomodaticio, el miedo a la opinión
publicada, el dejarse llevar por una corriente progre y el acoso que ambas sufrieron
desde las estructuras de su propio partido durante meses por parte de los
genuflexos y de los que esperan la galleta y la palmada en la espalda del
líder. Y la recompensa en forma de prebenda.
Ha ganado lo gris, lo acomodaticio, lo cobarde, lo
vulgar. Incluso lo zafio. Han triunfado los templadores de gaitas, los
marianistas que tanto mal han hecho a este centro derecha de cartón-piedra que
demostró todo lo que sabe hacer en aquella aplicación acomplejada del art. 155
en Cataluña, que no sólo no sirvió para nada, sino que agravó la situación que,
en teoría, pretendía remediar.
A Cayetana la ha cesado el dúo Sánchez-Iglesias en
connivencia con los marianistas, la quinta columna de la socialdemocracia del
PP, a la que siempre ha aludido Esperanza Aguirre y de cuyas afirmaciones se
reían muchos. Casado sólo ha ejercido de portavoz de todos ellos.
Esta maniobra ha sido como si los británicos hubieran
preferido en 1940 cesar a Churchill para poner a Chamberlain.
Con el cese de Cayetana no sólo ha perdido el Partido
Popular, hemos perdido todos los que amamos España, las libertades
individuales, la dignidad, la verdad y el verbo ágil, certero y valiente en el
Congreso.
La última cobardía del PP es la de no apoyar a
Cayetana con el recurso que ésta ha presentado ante el Constitucional contra el
borrado de sus palabras de la sesión del Congreso en la que dijo que el padre
de Iglesias era un terrorista. Y la última bajeza, la de pretender comprarla
ofreciéndole la presidencia de una fundación.
Con Cayetana, a todos se nos ha muerto el canario del
Partido Popular. Ahora sabemos, sin lugar a dudas, que el grisú ha vuelto, si
es que alguna vez se fue, a la sede de Génova a hacer el ambiente irrespirable
para la libertad y para la necesaria batalla de las ideas y de la cultura, como
bien ha denunciado la ahora cesada.
El PP nunca se ha merecido a Álvarez de Toledo. Ni a
nosotros.
Publicado en minutocrucial.com el 19/8/2020
Publicado en minutocrucial.com el 19/8/2020