“Había una vez tres muchachitas que fueron a la Academia de Policía. Se les asignaron misiones muy peligrosas. Pero yo las aparté de todo aquello y ahora trabajan para mí. Yo me llamo Charlie”. Muchos identificarán estas palabras, especialmente los que tengan más de 50 años.
Pues nuestro Charlie patrio se
llama Carles, Carles Puigdemont. Y hablaremos de tres de las muchachitas que
trabajan para él aunque son más, tal es el poder de seducción que tiene el
personaje. Lo que pasa es que las chicas en cuestión no tienen nada de ángeles,
a pesar de que alguna esté muy cerca de Dios.
Estas muchachitas no fueron a la
Academia de Policía, que se sepa, pero llevan en su ánimo perseguir, acusar y
juzgar a todos los que no comulguen con las ideas de Carles. Incluso imagino a
alguna de ellas muy capaz también de ejecutarlos
Por ejemplo, a Beatriz Talegón,
que se permite preguntar a Carlos Carrizosa por qué habla castellano, como si
hiciera falta una razón para ello o pedirle a ella permiso antes. Ella, una
madrileña renegada, afeando que un catalán de bien hable castellano.
Quien la ha visto y quien la ve. Pasó
de ser parte del ala izquierda del PSOE, de donde se fue porque nadie la
aguantaba, a ser parte del ala derecha del independentismo catalán, pasando por
estar una semana exacta en el partido de Baltasar Garzón y Gaspar Llamazares,
de donde salió porque tampoco la soportaban. Y con ciertos gestos
incomprensibles por el camino como el de presentarse en el III Congreso de UPYD
y ser capaz de dar un discurso de apoyo a la formación en el que insistía en lo
necesarios que éramos los allí presentes.
Quienes hemos sido de UPYD
estuvimos y siempre estaremos en contra de todo lo que ahora apoya y defiende la
Talegón, por lo que cada vez entiendo menos a qué fue esa señora a Alcalá de
Henares en enero de 2017 a dirigirnos falsas palabras y maldigo mucho los
aplausos que allí le dedicamos.
Por cierto, esta inteligente
señora, condenada por difamación, defiende la homeopatía con la misma
convicción que la independencia de Cataluña. Dos falsedades.
La siguiente muchachita es, cómo
no, María del Carmen “Karmele” Marchante. Bueno, muchachita… Esta señora,
especializada en ganarse la vida con intromisiones en la vida de los demás, fue
también condenada en firme por difamar a Carmen Sevilla. Se ha convertido en el
personaje más histriónico del independentismo catalán. Algo así como el ”trumpista”
de los cuernos que entró en el Capitolio. Sus puestas de largo con el trapo
estelado como vestido son motivo de risión y cada vez que abre la boca, la
causa independentista parece aún más ridícula de que es de por sí.
Esta señora llamó hace poco a
Isabel Díaz Ayuso “loca frenopática”. Ella, sí, ella precisamente, que tiene
pinta de haber sido desahuciada por un batallón de psiquiatras prestigiosos. No
consta que recibiera llamada alguna de reproche por parte de Íñigo Errejón por
ello, por cierto.
Cuando estuvo en Bruselas para
arropar al jefe Carles, declaró que ella ya se sentía como en la República
Catalana. Demasiado poco dinero se invierte en Cataluña en salud mental, eso es
bien cierto.
Ya tenemos dos ángeles y nos
falta uno. Bueno, esta sí es un “ángel” o lo más parecido que ha encontrado el
independentismo. Se trata de la monja alférez Lucía Caram. Argentina de
nacimiento, como otro independentista ilustre, Gerardo Pisarello, el que quiso
quitar la bandera de España de las manos de Alberto Fernández en el balcón del
ayuntamiento de Barcelona y también de Tucumán, como él. Y tan argentina como
Echenique y como Dante Fachín, otros que vinieron de allí también para destruir
España y que se empeñan tanto en conseguirlo.
La señora Caram es una anomalía
más a las que la Iglesia Católica nos tiene muy acostumbrados. Una de esas
miserias humanas a las que la Conferencia Episcopal consiente sus incursiones
en política antiespañola, como hizo a Monseñor Setién, al que ojalá el Diablo
haya acogido en su seno como se mereció sobradamente.
Esta monja se permitió comparar a
los políticos presos del independentismo con Jesucristo. En otra época, esta
señora habría sido acusada de herejía o blasfemia, por lo menos. Pero hoy, la
Conferencia Episcopal, la misma que nos pide que colaboremos con la equis en la
declaración del IRPF, permite a esta persona insultar a los españoles cada vez
que le acercan una cámara o un micrófono.
Y así son las chicas de Carles.
Un Carles que, como el Charlie de la serie de televisión, no da la cara, está
desaparecido y desde su residencia se dedica a mover sus peones para que le
hagan el trabajo.
Con señoras así, a uno se le
quitan las ganas de ser feminista.