martes, 7 de julio de 2020

DICTADURA DISFRAZADA.

Una dictadura es un gobierno impuesto por la fuerza y que atropella los derechos elementales de los ciudadanos o de parte de ellos. Esto es una banalidad, pero será la única que van a leer en este artículo. Será lo único correcto en un artículo profundamente incorrecto.

Si es usted de izquierdas, le ruego que deje de leer ya porque, de aquí, lo único que va a entender es la primera frase. No sufra más. Sólo ganará pasar un mal rato.

Porque lo que muchos no comprenderán es que, para vivir en una dictadura, esa violencia se puede ejercer de muchas maneras y no sólo con armas. Hay en la Historia pasada y actual dictaduras salidas de las urnas, prueba inequívoca de que los electores, a veces sin querer y a veces queriendo, se convierten en la herramienta del dictador para llegar al poder. Es mejor usar votos que tanques pero el resultado es el mismo.

Lo que esconden casi siempre esas dictaduras es el deseo de una mayoría de ciudadanos de aplastar los derechos de la minoría, de convertirse en dictadores colectivos. Porque una democracia no es votar y que el 51 % de los electores decida cualquier cosa que se le antoje sobre los demás. Si así fuera, ese porcentaje podría servir para imponer la pena de muerte, decretar el cierre del Parlamento o impedir nuevas elecciones, por ejemplo. Y según esa visión, todo eso sería democrático porque lo habría decidido la mayoría.

Pero tampoco hay que llegar a esos extremos. En las nuevas formas de dictadura, la mayoría, a través de sus representantes, está decidiendo expulsar una lengua oficial del sistema educativo, castigar por utilizarla, legalizar el ensalzamiento a asesinos, subvencionar a sus familias, proteger a manifestantes violentos que atacan a quienes ejercen su derecho de expresión, declarar la expropiación temporal de viviendas (que es lo que supone la prohibición de desahucios) y un largo etcétera de ejemplo de derechos conculcados en nuestra España cada día.

La democracia no es el aplastamiento por mayoría de votos del rival y su negación a existir. Era fue la democracia “orgánica” de Franco o las democracias “populares” comunistas. La democracia moderna se distingue por 3 cosas fundamentales: el diálogo, el respeto por los diferentes y la imprescindible ayuda institucional a los sectores desfavorecidos, que nunca han de ser abandonados.


Eso que queda muy bonito pero no siempre se ejercen correctamente. Por ejemplo, para reivindicar el diálogo hay que ejercerlo de dos maneras para que sea creíble: sólo dentro de la Ley y siempre con quienes la cumplan. O sea: no sirve dialogar con cualquiera pero tampoco excluir a quien queramos sólo porque nos viene mal electoralmente. Dicho con ejemplos, no es razonable hablar acordar gobiernos con quienes quiere destruir España y no hablar con la oposición porque no nos cae bien.

En cuanto al segundo punto, el respeto por el diferente, en España se desprecia absolutamente cuando se trata de un diferente que no nos gusta. O sea, cuando se trata de un no nazionalista, con z, en el País Vasco, Cataluña o Valencia, por ejemplo. Ahí, con el voto mayoritario, se permiten aplastar sus derechos laborales, lingüísticos y académicos sólo por no declararse sumiso al poder. Se permite y se jalea desde el poder o sus aledaños que sean discriminados, amenazados, atacados verbalmente, apaleados y expulsados. Hoy desde el poder sólo se defiende al diferente cuando ese diferente es afín a ese poder.

Por último, en cuanto a la necesaria ayuda a los desfavorecidos, la legitimidad de la misma se ve en entredicho cuando obedece más a fines propagandísticos y electorales que de justicia social. Como dice Fernando Savater, todas las democracias occidentales hoy son socialdemocracias en mayor o menor medida porque todas ellas disponen de sistemas de Educación y Sanidad públicos, protección social, desempleo, pensiones… Y eso caracteriza, de momento, al mundo occidental.

Lo que falla aquí y ahora es utilizar esas ayudas de forma partidista. Para empezar, es injusto socialmente un sistema que premia y fomenta el desempleo, el trabajo en negro, los chanchullos, las duplicidades en los subsidios… Tenemos  un sistema que no se basa en el fomento del empleo y en la formación obligatoria para subsidiado, salvo cuando alguien tiene la oportunidad de robar en ambos programas: fomento del empleo y formación, como ha sucedido en Andalucía, con la mayor condena por corrupción en España, pero también fuera de Andalucía.

Al gobierno le interesan los subsidios sólo como forma de clientelismo. Fomenta la laxitud en su obtención como manera de asegurarse el voto y extiende el número de beneficiarios para ganarse lo que no podría hacer fomentado el trabajo, entre otras cosas, porque tampoco sabe hacerlo.


Este gobierno no es comunista. Si lo fuera, desearía una dictadura del proletariado. Y sabe que el proletariado, en sentido estricto, cada vez lo está abandonando más.

Por eso se afana en crear la “dictadura del subvencionado”, que es lo que más y mejor sabe hacer. Hemos pasado de una democracia orgánica a una dictadura popular, pero dictadura al fin y al cabo.

Que pase pronto o no y los daños que cause depende de la implicación de todos.