sábado, 19 de agosto de 2017

TÉCNICA DEL BANCO DE PECES.

Nos asombramos a veces al ver los movimientos sincronizados de los bancos de peces (o las manadas de herbívoros en la sabana) y nos preguntamos su utilidad.

Ésta es principalmente defensiva: ante un depredador, si cada uno huyera, él sólo, en una dirección, la víctima que eligiera el atacante estaría sentenciada. Al actuar en grupo, ninguno destaca, es más fácil camuflarse dentro de la masa y es más probable que el elegido sea otro.

Pues por eso nos sentimos tan tranquilos la mayoría de nosotros tras un atentado como el de Barcelona. Y nos vamos a la playa o volvemos a pasear por las Ramblas o por Sol o por los Campos Elíseos. Porque pensamos que es al de al lado al que van a elegir la próxima vez y que, cuanto más hagamos por no significarnos, no destacar y, por supuesto, no enfrentarnos al enemigo, más posibilidades tendremos de sobrevivir. Y si podemos sensibilizarnos, disculparlo y convertirnos en sus rémoras, mejor. Eso sería ya un seguro de vida perfecto.

Lo que encierran esas actuaciones buenistas y colaboracionistas que estamos viviendo estos días es, por un lado, y como en los animales, la aceptación de que somos inferiores y de que no vamos a poder combatir al depredador. Y, por el otro, el egoísmo, el desprecio por los demás, la miseria moral de esperar de forma cobarde a que la estadística juegue a nuestro favor y que el elegido sea el vecino también la próxima vez.

Lo que muestran ciertas actuaciones de connivencia y también las flores, los "Imagine", las velas... no es más que nuestra cobardía, nuestra incapacidad para la lucha y la aceptación de nuestra derrota aún antes de pelear.

Estamos sentenciados y ejecutados y aún no lo sabemos.