domingo, 27 de mayo de 2018

SÁNCHEZ NO ES CLAUDIO.

El emperador Claudio llegó al poder por accidente. Una revuelta acabó con su sobrino,  Calígula, y la guardia lo encontró escondido tras unas cortinas porque pensaba que a él también lo iban a matar.

Como era el único varón adulto que quedaba en su familia, los pretorianos lo nombraron emperador a la vista de sus muchas deficiencias físicas, ya que pensaron que lo harían más manejable.

Se encontraron con que no fue así y ejerció uno de los periodos más largos y provechosos del Imperio al que imprimió su sello personal y su autoridad hasta casi el fin de sus días.

Sanchez no es Claudio ni se le parece en nada que no sea el blanco de los ojos. Los que lo van a llevar en volandas a la Moncloa saben que será un títere manejable y ambicioso y que avanzarán a su sombra en sus fines de destruir España, gracias a su ineptitud. 

Sánchez no es Claudio, no. Como mucho, podría ser como Heliogábalo, atroz emperador del s. III que con sus locuras e inutilidad dejó a Roma dividida en  bandos y envuelta en varias guerras civiles que acabaron por encaminarla a la destrucción.

Sánchez no es Claudio, no. Pero lleva camino de ser Rómulo Augústulo, último emperador romano tras cuyo mandato desapareció el Imperio de Occidente, quedando sólo el de Oriente. 

Sánchez tiene más pinta de enterrador que de político.