sábado, 17 de agosto de 2013

FONDOS BUITRE Y LA MORALIDAD A LA CARTA

Hace meses ya que el hijo de José María Aznar está trabajando para Cerberus, uno de los denominados "fondos buitre". Pero no voy a hablar de la moralidad de eso en concreto. Cada uno tendrá su opinión. A mí, en principio, no me parece la mejor elección, por así decirlo.

Voy a hablar de esos fondos. Este tipo de fondos, llamados así peyorativamente, se dedica a comprar activos deteriorados: acciones, deuda pública y privada, activos inmobiliarios, carteras de préstamos... para esperar tiempos mejores y realizarlos después con beneficios.

La idea de "fondo buitre" no nos parece loable pero es curioso lo criticadas que son algunas cosas si las hacen los demás y las excusas que muchos nos ponemos cuando las hacemos nosotros.  Si un particular tiene algo de dinero ahora y compra una vivienda  (un apartamento en la playa, por ejemplo) mira, remira, requetemira, regatea y vuelve a regatear. Y no pasa nada. Sabe cómo está el mercado y lo aprovecha estrujando al máximo. Lo haríamos cualquiera. Lo venderemos luego cuando vuelva a subir y lo alquilaremos mientras tanto, si se puede. Y corremos el riesgo de que no suba en muchísimo tiempo y, además, tenemos que mantenerlo en buen estado mientras tanto si no queremos que pierda más valor.Y repito, no pasa nada. No somos un particular "buitre". 

Pero un fondo de inversión, que al fin y al cabo no es más que la suma de las aportaciones de muchos particulares, sí es buitre y solo falta que le pongamos la redundancia de "carroñero". Es cierto que la mayoría pertenecen o están dirigidos por grandes fortunas,a las que se suelen sumar otras más pequeñas y aportaciones particulares atraídas por la rentabilidad y, por supuesto, que deseen correr el riesgo que conlleva este tipo de inversiones. Pero eso no les quita legitimidad ni hace que nosotros, los que no podemos hacer lo mismo porque no estamos a su nivel, seamos mejores que ellos. No lo hacemos porque no podemos, no porque seamos estupendos y benéficos. ¿A cuanto comprarías tú deuda griega? ¿Al 20 % de su valor? ¿al 50 %? ¿Eso no es ser buitre? ¿Y a cuanto compraríamos, por ejemplo, un préstamo de un cliente que meses o años sin pagar? ¿A un 50 %? ¿Un 10? ¿Por nada? Pues sea lo que sea, no deja de ser una inversión legal y que libera a los acreedores de un problema.

Pero para ver lo mal que llevan algunos esto de la inversión privada, no hay más que leer ese panfleto llamado Público.

Además, los "fondos buitre" cumplen la misma misión que los buitres en la naturaleza, que es muy beneficiosa: se quedan con lo que nadie quiere, lo digieren, lo adecentan y lo vuelven a colocar en el mercado, una vez saneado. Y, gracias a ellos, algunas entidades se pueden desprender de activos que ningún particular compra. Su labor es sana. El problema no lo han creado los "buitres". El problema lo hemos creado nosotros, a través de nuestros políticos, que hemos convertido nuestras viviendas en carroña.

Y no solo nuestras viviendas. Como decía antes, este tipo de fondos también compra carteras enteras de préstamos, como podemos ver en prensa. Ya imagino yo qué tipo de préstamos serán esos: de muy difícil cobro y total o parcialmente provisionados, o sea, que ya se han incluido como pérdida posible por lo que cualquier cantidad que se perciba por ellos es un beneficio neto. Por ejemplo, una venta que ha hecho hace poco el Banco Popular.

¿Nos parece mal que existan? Si. ¿Es malo que existan? Es un mal síntoma, pero son útiles. Peor nos debe parecer el que los hayamos hecho necesarios. Sin ellos, ahora muchas entidades financieras o incluso países  enteros seguro que estarían en peor situación de la que están.

jueves, 8 de agosto de 2013

ALFONSINA O EL ELOGIO DEL SUICIDA (I)

Alfonsina Stormi, como quizá algunos sepan, fue una poeta argentina postmodernista de principios del XX. Alfonsina no era de ese mundo ni de esa época, como casi ningún poeta lo es. En este caso más que en muchos otros. Alfonsina fue feminista en una época difícil para serlo. Madre soltera en una sociedad y un tiempo en el que había pocas cosas peores que ser eso. Y defensora de una igualdad entre hombres y mujeres que habría de pasar años para atisbar. Abogó por el derecho al voto femenino, que no llegó a su país hasta al año 1946, ocho después de su muerte. En 2013 se conmemoran 75 desde que nos dejó. O mejor, desde que se quedó con nosotros para siempre.

Porque los suicidas y los poetas nunca se van, aunque quisieran. Y menos si, como pasa muy a menudo, coinciden las dos condiciones en una sola persona. Un poeta siente que está desterrado en este mundo, incomprensible para él y que pocas veces acierta tan sólo a escucharlo apenas. Ha sido abandonado a su suerte, vulnerable, en un mundo de almas corruptas.

El poeta perdona lo imperdonable y admite lo inadmisible porque no se siente herido por lo que hiere a los demás. Se siente morir más por nuestra debilidad que por la suya. Le duele nuestra incapacidad para sentir y se apena por nosotros. Y cuando alguien lo ataca, en vez de despreciarlo, lo compadece. La incomprensión es a lo que se ha de acostumbrar, como un semidios abandonado.

Un poeta nos avergüenza cada día con su capacidad milagrosa a nuestros ojos para engarzar versos, construir obras de arte con las mismas torpes herramientas que los demás, los mortales, usan tan sólo para comunicarse, y a veces de forma tan imperfecta. Pule y desbasta sonidos que en nuestra garganta apenas son guturales y en la suya música.

El poeta flota como alma en pena intentando sembrar en terreno yermo. Y choca, como no podía ser de otra forma, con el mundo de la indignidad y la estulticie. Un poeta es, ante todo, una persona íntegra. Por eso se sabe también que no es de este mundo. No es de extrañar que muchas veces acaben abandonándolo antes de tiempo. Un poeta da, porque cree que es su obligación, sin esperar recibir nada a cambio. Un mortal recibe, porque cree que es su derecho, sin dar nada porque nada tiene.

Padeció durante toda su vida desarreglos mentales, propios casi siempre de las sensibilidades preclaras. Hay inteligencias que no pueden subsistir en nuestro pobre ecosistema. Sólo perviven, con su indolencia salvadora, los lerdos que subsisten creyendo que el mundo no es más que lo visible. Este universo gris es la enfermedad de los poetas, la que los vuelve locos cuando los locos son los otros.

Parte de sus amigos y colegas de profesión se suicidaron también. Eso fue una constante a su alrededor, antes y después de su muerte: Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones, por ejemplo. El suicidio fue una vía de escape a alguna de esas almas atormentadas que la rodearon y fue admitido por ella como una solución admisible.

Alfonsina fue poeta del dolor. Y del dolor que produce el amor.

Señor, mi queja es ésta, 
Tú me comprenderás; 
De amor me estoy muriendo, 
Pero no puedo amar. 

Persigo lo perfecto 
En mí y en los demás, 
Persigo lo perfecto 
Para poder amar. 

Me consumo en mi fuego, 
¡Señor, piedad, piedad! 
De amor me estoy muriendo, 
¡Pero no puedo amar!


Publicó su primer libro a los 24 años. Y conocería y sería reconocida por sus iguales, seres también extraterrestres como Amado Nervo o Gabriela Mistral, por citar los más conocidos. También fue distinguida con varios premios en su país, escaso alimento para un alma insaciable, como es siempre la de un poeta. Triste migaja la de los premios, con la que toda  sociedad pretende a veces obsequiar a esos seres superiores, haciéndoles creer que los comprenden cuando la mayor parte de las veces tan sólo los envidian. Envidian su fuerza descomunal para sentir como nadie.

Yo soy esa mujer que vive alerta, 
tú el tremendo varón que se despierta 
en un torrente que se ensancha en río, 

y más se encrespa mientras corre y poda. 
Ah, me resisto, más me tiene toda, 
tú, que nunca serás del todo mío.



Fue presa de la enfermedad maldita del cáncer, que le dejaría secuelas para ella inasumibles. La parte mortal de un ser hecho de luz es más frágil que en los mortales. Operada en 1935 de cáncer de mama, sus consecuencias hicieron un daño devastador más en su mente aún que en su cuerpo.

Se me va de los dedos la caricia sin causa, 
se me va de los dedos... En el viento, al pasar, 
la caricia que vaga sin destino ni objeto, 
la caricia perdida ¿quién la recogerá? 


Una tarde de octubre de 1938, a los 46 años, decidió dejarnos y dejarse. Y se lanzó desde la escollera al mar, a un mundo más cercano al suyo y más real que el nuestro. a un mundo oscuro para nosotros. No para ella. Se despidió escribiendo una carta en la que dejaba orden en sus cosas materiales, otra para su hijo y el último de sus poemas:

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme puestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste,
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes,
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides. Gracias... Ah, un encargo,
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...


Y a partir de ahí, empieza la leyenda. Leyenda en la que se convierten todos los poetas porque lo son desde su nacimiento. Si Mercedes Sosa no hubiera existido, habría que haberla inventado. Nadie como ella cantó a Alfonsina y a su mar, a nuestro mar. A ese mar que llama a todos los seres únicos e inadaptados, que no se sienten en casa en ninguna parte, que levitan, que lloran, que aman como sólo ellos pueden amar, que pelean por ellos y por todos nosotros y que al final, exhaustos, se abandonan con igual fuerza. Poseidón es feliz, y lo envidio, porque alguien le canta cada noche:

Oh mar, dame tu cólera tremenda, 
Yo me pasé la vida perdonando, 
Porque entendía, mar, yo me fui dando: 
«Piedad, piedad para el que más ofenda». 




Hoy he hablado de Alfonsina y de su fin. Otro día hablaré de su fin y el de muchos otros, seres de luz como ella.

miércoles, 7 de agosto de 2013

EL RENACIMIENTO

No nacemos y morimos una sola vez. Entre nuestro nacimiento y nuestra muerte, dichos en propiedad, quien sabe cuántas veces nacemos y morimos. Podría extenderme, hoy que me apetece y estoy inspirado, pero no. Ya lo haré. Sólo quiero deciros que yo sí soy consciente de haber nacido más de una vez y estoy seguro de que lo he hecho más veces sin saberlo. Y también he muerto varias veces. Mueres cuando renuncias. Y yo sé que he renunciado. Hay muertes que merecen la pena y las aceptas con gusto. Y las compensan esos otros nacimientos con los que de vez en cuando te obsequia la rutina y la existencia.

Casi todos mis otros nacimientos conocidos, tres o cuatro, tienen que ver con mis hijos o con mis padres. En eso no soy original, seguro. En el caso de otros, quizá tengan también que ver con médicos o con accidentes. Yo, no. Y toco madera.

Mi último nacimiento fue hace dos noches. Acosté a mi hijo pequeño y, como casi siempre me pide de un tiempo a esta parte con sus inocentes 6 años, me tumbé un momento junto a él. Como cada día, hasta que lo invade el sueño y puedo retirarme reptando como un espía.

Aun no le había llegado ese momento dulce cuando, acurrucándose junto a mí, me dice:

-¿Puedes quitar el brazo?

-Pues no puedo, cariño – le contesto-. Pero me lo puedo cortar si quieres.- Un sentido del humor muy propio de mí.

Y con una lógica aplastante, propia de su edad, y que ojalá no le abandonase nunca en este mundo ilógico y disparatado, me pide:

-No, no te lo cortes. Te morirías. Y yo no quiero que te mueras. Eres un papá genial.

Y en ese momento sentí que volvía a nacer. Vi de nuevo la luz que me bañó el día de mi alumbramiento. Y noté que la vida, que durante unos días me estaba abandonando por momentos (será el calor, no le demos más vueltas), recorría de nuevo mis venas y marcaba con fuerza, de nuevo, la dirección y el propósito de mi existencia, por si flaqueaba y tenía intención de olvidarlo.

Sé que no hay nadie mejor que un hijo en quien volcar tus anhelos. Y no hay vida más perdida que la que uno dedica tan sólo a sí mismo. ¡Que pobre es el que no tiene otro objeto de adoración que el que le observa desde el espejo!


Gracias, hijo, por regalarme la vida una vez más. Espero merecerla.