Publicado en Minuto Crucial el 29/10/202021
1988. Durante 249 días de ese
año, el empresario Emiliano Revilla estuvo secuestrado por ETA en un zulo bajo
una vivienda de la calle Belisana, cerca de Arturo Soria, en Madrid. A menos de
100 metros, un familiar mío tenía allí su casa. Alguna vez en aquellos días
estuve yo en ella sin que fuéramos conscientes ninguno del calvario que estaría
pasando tan cerca de nosotros ese hombre. Suplicio que sólo acabó con el pago
de una cantidad a ETA que, según algunas fuentes, habría rondado los 1000
millones de pesetas y otras aventuran en el doble.
El que sí era muy consciente de aquel
sufrimiento era Gonzalo Boye, un por entonces veinteañero chileno miembro de un
grupo terrorista de su país, el MIR, que fue detenido en 1992 en Madrid y condenado
en 1996 por colaborar en el secuestro del empresario soriano. Por esa acción
recibió un suculento pago de ETA, según se dice en la sentencia. Fue condenado
a 14 años de prisión y al pago de 200 millones de pesetas que no consta que
haya realizado. Emiliano Revilla nunca se los reclamó.
Estamos hablando del mismo
Gonzalo Boye que ahora es abogado de Valtonic, Puigdemont y, según hemos sabido
estos días, también de Alberto Rodríguez, exdiputado de Podemos. Se sacó
su carrera de Derecho en la cárcel, donde descubrió que la mejor forma de
atacar nuestro sistema democrático es desde dentro y en la que, como el conde
de Montecristo, tuvo tiempo de planificar su venganza, en este caso, contra el
país que lo acogió. Ha sido abogado,
entre otros, de Marcial Dorado, el narco gallego que apareció en una foto con
el ahora presidente de la Junta de Galicia, Feijóo. También lo fue de
ultraderechistas colombianos y en su despacho ha colaborado como perito
informático el también ultraderechista Emilio Hellín, asesino de Yolanda
González en 1980. De modo que su militante izquierdismo tiene, como casi todo
en esta vida, un precio valorable en billetes.
Cuando se le cita en los medios,
nunca se alude a su pasado. En mentideros de juristas y periodistas se le tiene
por persona peligrosa y vengativa. Incluso, al parecer, es posible que se haya
dedicado a demandar con cantidades millonarias a periodistas que sacaban su
historia a relucir para reclamarles un presunto “derecho al olvido”. O sea, que
no le interesa que se lo encasille por su pasado.
Lo que pasa es que a lo mejor es
el futuro el que se va a empeñar en recordarnos quién es en realidad, porque es
posible que acabe en la cárcel de nuevo. Está imputado por blanqueo y
falsificación en un caso contra uno de sus “insignes” clientes, el narco Sito
Miñanco. La lista de esos clientes, como
vemos, no parece la típica de un activista de izquierdas: narcos, asesinos,
golpistas… La pena podrían ser otros 6 años en los que, posiblemente, le daría
tiempo a sacarse otra carrera. En esa cabeza cabe todo.
Por todo ello, sorprende quizá
que una persona como Alberto Fernández, que se dice pacífica e inocente del
delito de haber pateado a un policía recurra a este personaje. Bueno, digo yo
que a alguno le sorprenderá, a mí no. En Podemos y en el resto de la izquierda
radical llevan muy a gala lo de ser antisistema y eso no se queda en meras
actuaciones pacíficas o declaraciones. Ahí tenemos a Isa Serra, Rita Maestre o “el Pancetas” del SAT como
ejemplos.
La izquierda que tenemos hoy no
tiene nada de social ni de moderna sino mucho de violenta y profundamente
atrasada y brutal. No es la izquierda alemana ni la francesa. Ni es el
laborismo británico ni tampoco nada parecido a los demócratas norteamericanos.
Es algo muy similar a la izquierda iberoamericana, trufada de odio, de
resentimiento y de violencia. De esa izquierda profundamente antiespañola y
radical llegaron el propio Boye, Pisarello, Echenique o Dante Fachín, entre
otros. Tenemos una izquierda que no quiere construir nada sino tras haberlo
derribado todo antes.
Un día aclaman las lágrimas de
cocodrilo de Otegi y al otro salen a la calle a defender a los presos etarras
que, para ellos, no están en la cárcel por asesinos sino que son “presos
políticos”. También, en definitiva, es una izquierda que defiende a
narcotraficantes a la vez que pide la legalización del cannabis. Todo en ellos
es muy coherente…
Lo mejor que podemos hacer es
encerrarlos lo antes posible porque, si no, acabaremos encerrados por ellos,
como Boye hizo con Emiliano Revilla y como Otegi hizo con Luis Abaitua. Eso, si no nos matan antes, porque estamos en
manos de terroristas y nosotros mismos, con nuestra indolencia, nos ponemos el
cañón de su pistola en nuestra sien.