Publicado el 30/7/2021 en Minuto Crucial
Que a Europa
le hace falta mucha energía no sólo es una metáfora aplicable en otros
sentidos, es que le hace falta de verdad. Europa es un gigante con pies de
barro por culpa de su dependencia energética. Mucho se puede escribir sobre
esto pero aquí me ceñiré hoy a los trazos más gruesos.
Las reservas
petrolíferas del mar del Norte son muy importantes pero no tienen la capacidad
de abastecer a toda Europa. Noruega, depende de los años, rara vez se encuentra
entre los 10 primeros exportadores del mundo. En cuanto a España, Noruega es nuestro noveno vendedor, muy por detrás
de México, Nigeria, Arabia Saudí, Libia, Irán… Incluso a Brasil le compramos
más petróleo.
En gas, también
Noruega se encuentra el puesto 16 en reservas, muy lejos de nuestros
principales abastecedores que son Rusia y Argelia. En este asunto, la deriva
alemana de apostar por más gas ruso y menos nucleares es muy escandalosa. El ex
canciller alemán Schröder es el principal valedor de la gasista rusa que construye
el nuevo gasoducto Nord Stream 2 que, a regañadientes, ha aceptado Estados
Unidos contra el criterio de Ucrania en un asunto geopolítico muy complicado y
que demuestra la debilidad europea. Además, hoy el gas bate marcas de precios
no vistas desde 2018 y, antes de eso, en 2013. Y nada parece que pueda ahora
pararlo, por lo que es fácil que supere ambas marcas antes de fin de año.
En resumen,
en combustibles fósiles somos poco más o menos como Japón, dependientes
totalmente del extranjero. Así se entiende
mucho más que la política exterior europea parezca tan errática, indecisa, complaciente
y a veces, inexistente en cuanto a defender derechos en otros países se
refiere.
Y en cuanto
a electricidad, en lo que quiero centrarme aquí, la historia actual está en la misma
fase que en la del gas: la de dispararse a los pies. Algunos países, como
Finlandia, Holanda o los países del este, apuestan por lo nuclear, liderados
por Francia. Pero Alemania, como decía,
quiere acabar con las nucleares sin un plan claro de sustitución. Como me recuerda mi amigo, el profesor,
escritor y también conocedor de esta materia Eduardo Dávila Monroy, eso sucede
mientras el 25 % de su energía la produce aún a base de carbón, el combustible
fósil más contaminante, debido a los muchos intereses económicos y laborales.
Incluso los verdes alemanes reconocen que es imposible acabar con eso en un
futuro próximo.
Suiza, que
tenía 6 reactores, ha cerrado uno y va a cerrar todos lo antes posible. También
los verdes suizos han dicho que no tienen sustitución a ese 40 % de
electricidad de origen nuclear y que la única alternativa por ahora es la
importación. Austria y Bélgica, junto con España, acompañan con fuerza a este
grupo de negacionistas de lo nuclear.
Hay que
recordar algunas obviedades. Por un
lado, la energía nuclear no produce un solo gramo de C02. Desde luego, es mucho
más respetuosa con el medio ambiente que la hidroeléctrica, por ejemplo, que se
basa en la transformación radical de vastas extensiones de terreno así como en
la modificación del cauce y ecosistemas de los ríos. También en eso supera a la solar o la eólica.
Y el problema con los residuos es prácticamente nulo. Todas las centrales españolas
lo llevan almacenando en sus propias instalaciones desde hace décadas. Sólo
hace poco surgió la necesidad de un almacén externo y bastaría con uno o dos en
toda España para cubrir sus necesidades durante siglos.
Además, esta
energía no nos hace tan dependientes, ni mucho menos. España cubre sus
necesidades importando 1/3 de Canadá y Australia, que concentran las mayores
reservas del mundo; 1/3 de diversos países africanos y el resto, de miembros de
la antigua URSS. También tenemos reservas de uranio pero su dificultad de
explotación no las hace hoy rentables, como lo han sido hasta hace poco.
En Europa, la producción nuclear está
liderada por Francia, con más de 40 reactores que abastecen el 77 % de sus
necesidades y le da para exportar a todos sus vecinos, incluida España.
La producción de nuestros 7 reactores es un 22 % de nuestro consumo y
nos vemos obligados a importar, como digo, de nuestro vecino del norte pero
también de Marruecos, que aún hoy está poniendo en servicio centrales de
carbón, en desuso ya en Europa.
Si miramos
un mapa del coste en CO2 de la producción eléctrica, nos daremos cuenta del
ridículo que suponen estas políticas. Resumiendo,
los “verdes” europeos están destruyendo la opción más respetuosa con el planeta
a favor de que se aumenten las emisiones de CO2, que muchas veces se trasladan
a otros países. Lo que se llamaría un suicidio disfrazado de ecologismo
ideológico. El paradigma de las
contradicciones dentro de España se da en Valencia, donde Compromis pide el
cierre de Cofrentes, la central nuclear más potente de España y que puede
abastecer por sí sola a toda la demanda doméstica de la Comunidad, a la vez que
se opone a la construcción de un “huerto solar en Buñol para no dañar no sé qué
ecosistema.
Y en este
cuadro de trazos gruesos, hay que hacer un capítulo aparte para el vehículo
eléctrico. A mi juicio, supone el engaño y autoengaño más fastuoso al que hemos
sido sometidos desde el lanzamiento del Actimel. Para empezar, el coche
eléctrico es hoy sólo para ricos. Además de su mayor precio, quien tiene un
vehículo eléctrico tiene otro con petróleo si quiere recorrer más de 400
kilómetros sin quedarse tirado.
Y el
problema de su autonomía es irresoluble incluso a largo plazo. Se necesitarían
decenas de millones de puntos de recarga por las calles para intentar
solucionarlo sólo a medias. En los edificios de viviendas eso es muy difícil de
arreglar, cuando no imposible. Claro que hay datos que apuntan a por qué en
Bruselas piden ellos eso: mientras en Europa el 46 % de la población vive en
pisos, en España es el 64 %. Hay países, como Irlanda, en los que el 93 % lo
hace en vivienda unifamiliar, con lo que lo tendría mejor que nosotros.
Y como ya
hemos visto de dónde y cómo se genera la energía eléctrica, resulta que esos
coches no son tan “verdes” como se piensa. Obviando
que es una energía ineficiente porque se pierde una enorme cantidad en su
traslado, cosa que no sucede con el petróleo, lo único que se consigue es
cambiar de lugar la contaminación. Se saca de la ciudad pero se produce, y con
creces, en otros lugares.
Y no me
quedo sin citar los problemas de las baterías que son varios: sus contaminantes
procesos productivos; poca duración y dificultad de reciclaje; peso añadido y,
además, la dependencia de nuevo que tendremos de sus componentes. Por ejemplo, la principal reserva mundial
de cobalto es la dictadura de la República Democrática del Congo. Por todo
eso, prohibir de golpe los coches movidos con derivados del petróleo es un
suicidio.
Con esta
situación, mi apuesta es firme por la nuclearización europea para lo que hay
que dar, una vez más, la batalla cultural a la izquierda rojiverde que tanto
daño está haciendo. Asociar lo nuclear con la contaminación fue un triunfo de
Greenpeace y resto de organizaciones subvencionadas que tenemos que revertir.
En España es urgente la construcción
de al menos 10 centrales nucleares de forma inmediata, habida cuenta de la
antigüedad de las existentes y del larguísimo proceso de puesta en marcha que
tienen, derivado de sus muchas medidas de seguridad. Mediada su construcción, en unos 5
años aproximadamente, deberían empezarse otra cantidad similar. Y sólo hablo
del medio plazo. El horizonte deseable sería el que actualmente tiene Francia.
La apuesta
del gobierno de Sánchez por las renovables en exclusiva es un error porque
conllevan un enorme coste sólo amortizable en el larguísimo plazo y con una
necesaria mejora de la tecnología actual. Mientras, debemos decidir si queremos
pagar la electricidad mucho más cara si optamos por ese modelo y estar a
expensas de si hay o no viento y sol, con las variaciones de precio constantes
que eso supone.
Ante el
nuevo crecimiento del poder chino, Europa necesita independencia energética
para tener mayor autonomía e influencia en el mundo, como la tiene Estados
Unidos. Si no, seguiremos obligados a
depender de quienes han sido, son y serán siempre nuestros enemigos, bien sea
el mundo árabe o los rusos, por lo que nuestra soberanía se encuentra
disminuida, tanto en el plano europeo como en el español. Estamos a punto
de condenarnos a nosotros mismos a la silla eléctrica si no cambiamos de rumbo
de forma radical.