Publicado en Minuto Crucial el 15/01/20121
Supongo que algunos recuerdan aquella
película de Spielberg, con Tom Cruise de protagonista, de la que tomo el título
para este artículo. En ella se puede ver que a veces, el “informe en minoría”
tiene más validez de la que le da su condición.
Por ejemplo, los votos
particulares de los magistrados en algunas sentencias son útiles de lo que
parecen y, muchas veces, en ellos se basan recursos que prosperan en instancias
superiores.
Somos animales gregarios y nos da
miedo caminar en solitario o, ni tan siquiera, en minoría. Cuando un
adolescente quiere salir del clan familiar no lo hace para autoafirmarse como
individuo ni para adquirir una personalidad única, independiente y crítica. Lo
hace a menudo para cambiar de clan. Salta del de la familia al de los amigos.
Necesitamos ser admitidos en un grupo y nos da miedo ser ovejas negras.
Por eso, no hay más fácil de engañar que una multitud. Paradójicamente,
cuando más grande es el público objetivo, más receptivo es a las mentiras. Se
miente más y mejor a todo un país que a una parte de él.
Cuanto más acompañado está uno en
la mentira, cuanta más gente la comparte y defiende, más difícil es reconocerla
como tal. Ver que muchos otros piensan como nosotros nos reafirma en nuestras
ideas, por extravagantes que sean. Abdicamos
de la necesaria tarea de contrastar informaciones cuando vemos que miles de
personas van en nuestra dirección. Pensamos que tanta gente no puede estar
equivocada y tememos quedar en ridículo y solos. Si son conductores, alguna
vez les habrá pasado que salen de un semáforo sólo porque lo hace el de
delante, sin ver ustedes si ha cambiado a verde o no, ¿verdad?
Los grandes manipuladores de la Historia se
han aprovechado de los resortes psicológicos adecuados para mover a las masas
en la dirección oportuna. Los que más éxito han tenido en ello son los que han
conseguido que esas masas nunca reconozcan la manipulación, que jamás crean
haber sido manipulados. El no va más se da cuando obtienen que la víctima, si
llega a saber que lo es, encuentre justificación para ello o no lo admita jamás.
Es de primero de Goebbles: “me han engañado pero lo han hecho por un motivo
superior y apoyo la mentira”.
Si algo hay rescatable de Lenin
es su teoría de la “minoría consciente”. No andaba muy desacertado con ello. Los grandes movimientos no los realizan los
ciudadanos por sí solos. Del tumulto nunca emerge la lucidez. Es falso que
haya “clamores” populares, o que eso sea determinante para la introducción de
cambios importantes en la sociedad. Nunca fue así. Si esos incipientes caldos
de cultivo no son catalizados, reformulados, manipulados y aprovechados por una
minoría que se eleve sobre los demás, no prosperarán. El peligro de esas minorías conscientes es inventarse esos clamores, es
elevar a la categoría de importante lo que sólo es importante para ellos. Y eso
pasa casi siempre. El peligro es crear un problema donde lo había, que es
justo lo que está pasando a menudo en la política actual.
Nunca me ha importado ir a
contracorriente, como los salmones. Es algo a lo que uno se acostumbra
fácilmente si tiene la personalidad suficiente. Y no sólo se acostumbra sino
que, visto lo que hay, hasta se agradece. Es hasta regocijante comprobar muchas
veces que clamas en el desierto. Como decía Groucho, “nunca pertenecería a un
club que me admitiese como socio”. Pues es eso exactamente lo que me sucede.
En la publicidad,
paradójicamente, se usa mucho lo contrario. Se pretende dar un plus aparente de
importancia al hecho de pertenecer a una minoría. Se quiere dar un marchamo de
calidad a ello. Bien sea para promocionar “La 2” o para comprar en “Media
Mark”. Alejarse del rebaño está bien
visto en principio, pero es una trampa porque es sólo para llevarnos a otro
rebaño distinto. Nunca para dejarnos que pensemos por nosotros mismos.
La gente se obstina en ir a favor
de las mayorías y en creer que estar en el bando ganador es tener la razón. Y
por eso, por ejemplo, los independentistas creen que si obtienen más del 50 %
de los votos en Cataluña estarán más legitimados para declarar su independencia
porque así demostrarán tener razón. Eso
sería tanto como decir que los 17 MM de alemanes que votaron a Hitler en marzo
de 1933 tenían más razón que los 7 MM que lo hicieron al SPD, el segundo más
votado.
En el libro sobre Mercados
Financieros de John J. Murphy se dice: “El
principio de la Opinión Contraria sostiene que cuando la vasta mayoría de la
gente está de acuerdo sobre algo, generalmente se equivoca. Un verdadero
seguidor del principio contrario, por lo tanto, primero tratará de determinar
lo que está haciendo la mayoría para, a continuación, actuar en la dirección
opuesta”. Y esto, que suena a barbaridad, lo explica incluso
matemáticamente de una forma tan abrumadora que no he podido por menos de
sorprenderme y leerlo varias veces.
A mis 56 años, ésta es la mejor y
más reconfortante justificación que he visto escrita sobre mi forma de ser y
actuar hasta ahora. No habría sido yo capaz, por supuesto, de expresarlo y ni
siquiera de razonarlo mejor. Porque este principio no es sólo válido para los
mercados financieros sino que me atrevo a catalogarlo como universal.
Los líderes de hoy son capaces de
llevar a la gente al abismo. A todos los abismos. Y hacerles creer que lo hacen
por su bien.
Pensar que la mayoría tiene siempre la razón es algo peligroso. Incluso
lo es pensar que la tiene casi siempre porque la realidad es que no la tiene
casi nunca. Harán ustedes bien en correr siempre en dirección contraria a la
mayoría.
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