Publicado en Minuto Crucial el 8/9/2021
Algunos se sorprenderán con la
rapidez de la caída del ejército afgano a manos de los talibanes. Pues no hay
motivos para la sorpresa si se tiene un poco de conocimiento. No tenían lo que más
hace falta tener a un ejército: la motivación. Está bien lo de armarlos y
entrenarlos pero la motivación no se puede insuflar como el aire a un globo. En
frente tenían a una panda de no más 70.000 milicianos que se transportan en
moto y no tienen armamento pesado pero sí una voluntad de hierro y la creencia
de sentirse superiores, que es el arma definitiva.
Occidente se ha gastado miles de
millones en armamento y formación pero ese arma no se la podía dar porque ni
siquiera nosotros la tenemos ya. Ahora ese ejército, con ese armamento y
formación, está en manos de los talibanes y engrosan sus filas. O sea, hemos
alimentado a nuestros enemigos.
Y es que vamos por el mundo
cohibidos, permitiendo que Rusia invada Crimea, que petimetres como López
Obrador o Castillo nos insulten, que Al Assad encuentre en Putin el aliado
ideal, que China esté copando el comercio mundial y los recursos naturales de
América y África, que en el África Negra esté creándose otro “estado islámico”…
Estamos a merced de los fantasmas
ajenos porque estamos llenos de propios: Vietnam no se perdió en las selvas del
sureste asiático sino en las manifestaciones frente a la Casa Blanca; lo de
Yugoeslavia sólo fue posible a causa de la división y reticencias europeas y no
se arregló hasta que EEUU intervino; el
golpe definitivo al ISIS lo tuvo que dar Putin; Libia es un estado fallido
porque se derribó un régimen pero no se construyó otro; Irán pronto será una
potencia nuclear; Irak quizá no acabe como Afganistán porque tiene petróleo
pero es posible que Occidente tenga que volver allí… En definitiva, Occidente
está a la defensiva desde Corea, en 1953.
¿Y por qué? Porque tenemos unas
generaciones anestesiadas, que no han vivido en sus carnes los horrores de
ninguna dictadura, que creen que todo se soluciona cantando “Imagine”, poniendo
dibujitos y velas y con pancartas del “no a la guerra”. Cada pancarta de esas
en una señal a los enemigos de que esto se desmorona, es una sonrisa de un
barbudo con turbante. Occidente es poco menos que un cascarón vacío, corroído
por las termitas rojiverdes, dependiente de sus enemigos en materias primas y
energía, con miedo. Sí, con miedo.
Bueno, no todos tienen miedo. Los
que no tienen miedo, Mohamed o Yussuf, viven en Bruselas, Barcelona, Oslo, Londres,
Berlín o Ceuta. En este último lugar tienen representación en su parlamento y
desde allí trabajan para oscuros intereses. Esos no tienen ningún miedo porque
saben que el futuro es suyo. Están trabajando día a día para preparar la caída
de Occidente. Son nuestro “ejército afgano”, los primeros que ayudarán desde
dentro cuando los del alfanje se planten en nuestras fronteras, como en el 711.
Y entonces será el fin de las políticas inclusivas, de las leyes LGTBI, de las
jornadas de 35 horas, de las “transiciones ecológicas”, de la agenda 2030, de
los semáforos con falda y las matemáticas con perspectiva de género. Ya no
habrá “observatorios” para la defensa de los derechos de la mujer.
El reto de Occidente no es
tecnológico, económico ni militar. Sólo la OTAN tiene 3,7 millones de soldados.
Una décima parte de ellos, con toda la tecnología disponible, bastaría para
acabar con las milicias talibanes en menos de 6 meses. Y cuantos más soldados,
más material y menos tiempo, más barato saldría. El coste viene dado siempre,
sobre todo, por el tiempo de intervención.
Pero los rojiverdes, organizados en
asociaciones, fundaciones y partidos, saldrían a la calle como salieron con la
guerra de Irak y los políticos mediocres temerían perder sus puestos. Porque
siempre habrá un Zapatero al acecho, como hubo un Chamberlain o un Petain,
dispuesto a pactar con el enemigo y a aliarse con las otras “civilizaciones”.
No estamos dispuestos a ver
volver a nuestros soldados en ataúdes porque no creemos que haya que defender
la libertad. Pensamos que la libertad se defiende y se impone sola gracias a su
superioridad moral. Pero los afganos, sobre todos las afganas, se empeñan en
decirnos que no es así, que hay que luchar y morir por la libertad, como se ha
hecho cientos de veces a lo largo de la Historia.
Es hora de hacer valer la
superioridad ética y moral de Occidente. Y su fuerza para imponerla. Es hora de
políticos valientes que sepan, como supo Roosevelt en 1944, que mandando a
soldados a morir a Normandía, a 6000 km. de sus casas, estaban defendiendo la
libertad de EEUU y de Occidente. Y que todo ese sacrificio valdría la pena. Por
cierto, gracias a ese sacrificio inmenso, que nunca agradeceremos lo bastante,
hay aún democracia en Europa. Debemos apoyar a cualquier político como ellos y
denostar con todas nuestras fuerzas a los equidistantes, moderados, dialogantes
y serviles. O sea, a rojos, verdes y nazionalistas varios.
Donde haya un pañuelo en la
cabeza no habrá libertad. Habrá un quintacolumnista dispuesto, como en Troya, a
salir del caballo de madera por la noche para acuchillarnos a todos. Y si lo empezamos a tenerlo claro, quizá aún
estemos a tiempo de salvar a nuestros hijos de vivir en un califato.
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