Publicado en Minuto Crucial el 17/9/2021
Ya hemos tenido la primera sesión
de esa mesa tan deseada por el nacionalismo, la de la postración del Estado
ante los independentistas catalanes. Su sola celebración ya supone un triunfo
para ellos, como así se han encargado de repetir engolados hasta el cansancio. Y
lo es porque esa negociación da carta de naturaleza al “conflicto”, esa palabra
ya usada por los etarras para definir lo que no era más que su lucha terrorista
contra la democracia. El mismo pretendido conflicto entre Cataluña y España
que, en realidad, es una declaración de guerra permanente entre una mitad de
Cataluña a la otra mitad y al resto de españoles. Esa mesa es como la Rendición
de Breda pero al revés: España postrada ante sus enemigos.
El nacionalismo es un pozo sin fondo y ninguna negociación,
cesión, componenda o arreglo temporal logrará apartarlo de su último fin que es
la independencia. Pero no hablo sólo del catalán. Hablo también del resto de
movimientos periféricos y centrífugos que van desde el BNG a Compromís pasando
por el PNV. Todos ellos apoyado por personajes socialistas tan nefastos y
antiespañoles como Francina Armengol, María Chivite o Ximo Puig, que asientan
su poder local en el apoyo del nazionalismo excluyente y en el comunismo de las
franquicias de Podemos.
El siniestro Iceta, el que ha contado las naciones que hay
en España y al que le salen nada menos que ocho, ha comparado este proceso con las
negociaciones tras la guerra del Vietnam. Sin reírse nada. Pues no, ahí le ha
debido bailar el año. La comparación correcta debe ser con los pactos de Munich
de 1938, en los que Francia e Inglaterra entregaron lo que no era suyo,
Checoslovaquia, a Hitler para intentar contentarle. Aquí pasa igual: Sánchez amaga
con querer entregar lo que no es suyo, la soberanía nacional, a los golpistas
catalanes para ver si se aplacan. Y no, no se aplacarán con nada que no sea el
reconocimiento de lo que no fueron nunca, una nación, y la independencia, algo
que tampoco tuvo Cataluña jamás.
Así que no hay que equivocarse. Esto no es un asunto de
buenas intenciones traicionadas. El fondo aquí es que, como en la mesa de la
última cena de Jesucristo, todos deberían sentarse en el mismo lado. Todos en
la mesa comparten la idea de que los españoles hemos de ceder cosas
fundamentales para que los nazionalistas no echen de nuevo, como decía mi
padre, el carro por el pedregal. Que será inútil el intento porque terminarán
echándolo.
Sánchez es seguramente más listo que los independentistas y
también los venderá a ellos. A pesar de estar ideológicamente de acuerdo, como
lo expresa su definición de España como “plurinacional”, está haciendo todo
este paripé para alargar la legislatura
lo más posible y recoger los frutos electorales de una previsible recuperación
económica mundial. Y después, a pocos meses para que finalice, romperá
ofendidísimo la mesa y se declarará lo que no es, un patriota español, para
intentar recoger de nuevo el voto del centro izquierda, tradicionalmente
aborregado, que se hinchará de decirnos “¿Lo veis? ¿Veis como no es un vendido
antipatriota?”. Pues no, no lo vemos. Y no lo vemos porque sí lo es. Es un
traidor de tomo y lomo que vendería hasta a su señora madre con tal de mantenerse
un día más en el cargo, cosa que no es nada previsible a partir de que acabe la
legislatura, día en el que Sánchez pasará, como expresidente, a disfrutar de un
sueldo vitalicio y una prebendas que jamás mereció.
A la hora de escribir esto, el CIS de Tezanos, con el
desahogo que le caracteriza, se atreve a pronosticar un aumento de votos para
el PSOE y una disminución para el PP. Eso, con el mismo desparpajo con el que
nos amenazó en abril con una victoria de la izquierda en las elecciones del 4
de mayo en Madrid. Ni Rapel, Aramís Fuster o la bruja Lola juntos tienen tanta
desvergüenza. No tienen en cuenta en absoluto la cantidad de españoles de bien
que, desde todos los rincones de España, están cada día más asqueados de ese
grupo de indeseables que está a los mandos.
En resumen, en esa amplia mesa no estará Cristo pero todos
serán Judas. El vino será la sangre de los españoles que la derramaron por la
unidad y permanencia de España, nuestros derechos y tradiciones y el pan será
nuestra carne lacerada por las mentiras y los insultos de todos ellos. Eso,
mientras se lo consintamos, claro.
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