Publicado en Minuto Crucial el 17/11/2020.
Decía Rosa Díez hace tiempo que a la Justicia se la representa con una
balanza en una mano pero también con una espada en la otra y eso es por algo.
Sin el uso de la fuerza, no hay
Justicia. Si el uso de la fuerza, no hay Democracia. La fuerza, incluso la
violencia, no es mala o buena intrínsecamente sino en función de para qué se
utilice. Todos hubiéramos querido que Tom Cruise hubiera podido llevar a cabo
de forma fructífera su atentado contra Hitler en la película Valkiria, igual que hubiéramos querido
que el auténtico Claus von Stauffenberg no hubiera fallado en 1944.
Por supuesto, alguno intentará
volver en mí contra esto para justificar magnicidios como el del Rey de Francia
en 1793 o contra el Zar de Rusia en 1917 porque eran las cabezas de gobiernos
tiránicos. Pues no. Tengo las espaldas muy anchas como para inmutarme por estas
presuntas paradojas. En esos casos se pretendía eliminar una dictadura para
imponer otra, como diferencia fundamental.
Entonces, ¿hay víctimas buenas y víctimas malas? He de decir que sí. Y
tampoco me importa su opinión respecto de esto. Si alguno de ustedes se lleva
las manos a la cabeza porque lo que estoy diciendo no es políticamente
correcto, el problema no lo tengo yo. Yo no soy políticamente correcto ni lo
voy a ser nunca.
En cualquier caso, no es ese tipo
de violencia extrema de la que deseo hablar. Hablo de otras situaciones más
cotidianas que nuestro Estado de Derecho resuelve por la vía tan “gandhiana”
del diálogo, las mesas de negociación, la empatía, la tolerancia (maldita
palabra), y el “dontandredismo”. Cuando no con la rendición simple y llana.
La democracia se debe defender posicionándose
fuerte y resolutivamente contra la delincuencia organizada nacional o
importada, contra la ocupación ilegal y contra la entrada ilegal de inmigrantes
y sus mafias. Y también contra los ataques a los medios de comunicación, a los
partidos o a los políticos y sus familiares, contra los violadores, contra los
pederastas, contra los corruptos… Debemos armarnos contra los golpistas, contra
los que violan el derecho a usar su lengua materna, contra los que abusan de su
posición dominante, contra los que olvidan, relativizan, difuminan,
elogian o justifican a los asesinos y a
sus amigos…
Hemos de calibrar bien la balanza
pero también hemos de dotarnos de una espada más larga y afilada.
En cuanto a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, hemos de
darles más seguridad a nuestra policía para que ejerza, como corresponde en un
Estado de Derecho, el monopolio de la violencia en defensa de nuestras
libertades Así, no asistiremos a escenas diarias
vergonzosas de asedio y vejación a quienes pagamos para que velen por nuestros
derechos. A la Policía hay que tenerle respeto si eres persona de bien y miedo
si no lo eres.
Siempre se dice que se debe
responder a la violencia con proporcionalidad. ¿Cuál es la proporcionalidad si
alguien te ataca con un cuchillo? Pues no debe haberla. Ante ese caso, lo que
hay que hacer es disparar sin contemplaciones.
Pero le exigimos al policía que lo “reduzca” o bien, que se exponga a
ser juzgado por homicidio y expulsado del cuerpo.
Y en cuanto a la Justicia, mi
propuesta sería revisar desde el primer artículo el Código Penal hasta el
último, con mayores penas pero también incluyendo, una vez cumplidas ciertas condenas
de prisión, una vigilancia mediante localizador durante años. Y digo bien:
AÑOS. No puede ser que se haya detenido
a un “alunicero” 46 veces y eso lo permitamos como si nada. Esa persona debería
llevar desde el primer día un brazalete localizador para saber en todo momento
dónde se encuentra. Y así debería haber miles de condenados porque los
reincidentes cometen el 90 % de los delitos.
Técnicamente es posible y,
además, es barato. Teniendo en cuenta que cada preso cobra al salir nada menos
que dos años de prestación de desempleo, como si en vez de en la cárcel hubiera
estado trabajando, el coste de ese seguimiento sería ínfimo.
Y tampoco las penas deben ser
proporcionales sino EJEMPLARES. ¿Cuánta gente pasaría de 200 Km/h en autopista
si la pena fuera el achatarramiento inmediato de su coche? Ya les digo yo que
ninguna. No haría falta el carnet por puntos. ¿Cuánta gente robaría de un tirón un bolso a una señora si la pena
fueran 5 años de cárcel efectivamente cumplidos un día detrás de otro? Pues ni
el 5 % de la que hay ahora, principalmente por lo que decía antes de que los
reincidentes suponen el grueso de la delincuencia.
En general, vivimos en una
sociedad desarmada moral y materialmente. Una sociedad que ignora, por ejemplo,
que Marruecos está rearmándose a pasos agigantados. Está comprando, por
ejemplo, lo último en aviones de combate, como
el F-35. Está mejorando su Armada, sistemas defensa aérea, drones, carros de combate… Y mientras, aquí gastamos en Defensa sólo el 1,2
% de nuestro PIB, tenemos un solo portaaeronaves, que ahora estará en el dique
seco durante meses para mantenimiento, por cierto, sólo 2 submarinos operativos
de los 8 que llegamos a tener, no hay repuesto para los viejísimos F-5 en los
que se forman los pilotos, los carros
Leopard fueron comprados de segunda mano a Alemania… Y así seguiría durante
otro artículo más.
Creemos erróneamente que lo que tenemos se defiende sólo con la fuerza
de la razón, la palabrería, los “acuerdos internacionales” y el buenrollismo y
no es así. Se defiende con la fuerza, con la violencia. Y a veces debe
defenderse con la violencia extrema y, como digo, no proporcional. Pero hay
demasiados complejos en esta sociedad a la que tanto daño ha hecho Disney y en
la que la adolescencia empieza a los 8 años y acaba, con suerte, a los 26.
Por eso, porque estamos
desarmados moralmente, los ídolos juveniles son gente como Greta Thunberg,
prototipo de la manipulación rojiverde, y se consideran “heroicidad” el que los
chicos se pongan falda en un instituto.
Debemos pasar a un nivel superior de democracia, la democracia armada moral y
materialmente. No sería fácil ni aunque se intentara pero lo peor es que ni
siquiera hay nadie que lo quiera intentar.
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