Publicado en Minuto Crucial el 30/10/2020.
Vivimos en una estultocracia, palabra que no sé si existe ya o no para la RAE pero debería. Sí está oclocracia, cuyo significado es parecido pero no igual.
No hace mucho que un ciudadano
escribía en Twitter que “la ortografía es
un marcador de clase social que sólo sirve para demostrar que has estudiado y
que las miles de horas que perdemos con ella las podríamos dedicar a cosas
útiles”, lo que fue respondido por D. Arturo Pérez-Reverte, con su acidez característica:
“Se beia benir haze tienpo rezpetar la
hortografia es un bomitivo acto facista.” O sea, que la ortografía es facha, algo que algunos ya nos barruntábamos.
Y tiene razón. La ortografía es
facha. Toda la Gramática lo es. Incluso la Lingüística completa. Y no digamos la
Historia, incluso la reciente. No hay más que preguntar en cualquier
universidad a los alumnos (no me atrevería a hacerlo a los profesores) quién
fue Adolfo Suárez, Miguel Ángel Blanco¸ Santiago Ramón y Cajal o Lola flores,
por poner ejemplos diversos. Lo de Lola Flores no me lo invento. El otro día,
en un programa de TV, un tipo de unos 25 años ignoraba por completo quienes
fueron ni Lola ni nadie de su familia. Y se lo estaba diciendo a la nieta de la
Faraona, que no debía de dar crédito a lo que oía.
Históricamente, la imagen que se
nos ha transmitido de lo que comúnmente se llama “la derecha” es la de unos
paletos atrabiliarios y violentos, con pocas luces. Y se pone siempre como
ejemplo el de Millán Astray, así caricaturizado en la última película de Amenábar.
Sin embargo, se ha contrapuesto siempre la intelectualidad de la izquierda,
personalizada en la generación del 27, en la Institución Libre de Enseñanza y
tantos y tantos excelentes parlamentarios liberales, republicanos, radicales,
socialistas y comunistas que hubo en el último tercio de XIX y principios del
XX.
La derecha siempre ha sido dibujada en blanco y negro y la izquierda en
color. En color rojo, por supuesto. Eso ha sido un acierto propagandístico, hay
que reconocerlo. Derecha palurda de sacristía y cuartel contra izquierda
ilustrada y humanista.
Para qué vamos a recordar aquí a Regino
Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, Agustín de Foxá, César González Ruano, Manuel
Machado, D’Ors, Camba, Marquina, Julio Camba, Josep Pla o Jaime Campany. Fachas…
Fachas, pero una pléyade de escritores, periodistas e intelectuales a años luz de los vulgarísimos
Suso de Toro, Ana Pardo de Vera, Jesús Maraña, Almudena Grandes o Lucía
Etxebarría, que firman manifiestos de “intelectuales” sin vergüenza alguna.
Al contrario que antes, cuando la
ignorancia se procuraba disimular, disculpar y corregir, ahora se exhibe
impúdicamente y, además, se justifica porque la cultura es de derechas. Se
impone entre la juventud la “kultura alternativa”, y se llaman así a los
“talleres” en los que se enseña desde hacer tatuajes, charlas sobre medio
ambiente, sobre el racismo, la igualdad de género, batukadas y similares. Poco
o nada de talleres de cultura clásica, literatura del XIX, cine negro, talleres
de radio, novela, ciencia… mil cosas.
Antaño, el deseo de nuestros
padres, los que no tuvieron acceso a una educación completa y que tenían las
manos llenas de callos, era que sus hijos fueran más inteligentes que ellos, más
capaces, aprendiesen no sólo a leer, escribir sino que se formaran bien para
aspirar a ser mejor que ellos. Eso lo consiguieron con muchos de nosotros, pero
nosotros, la generación “Baby Boom” de los 50/60, no lo hemos conseguido. Muchos de nuestros hijos son más incultos
que nosotros, menos curiosos, más indolentes, más manejables, más vagos, leen menos y son menos solidarios, por mucho
que en las encuestas digan otra cosa. Y coincide con que hay una generación, la de
los 70/80, la “Generación X”, en la que ha aparecido gente inteligente pero malvada,
que se aprovecha de esos “millenials” y “Generación Z”, o “centennials”, para
llevarlos a su redil.
La cultura cuesta esfuerzo. Y no
vivimos precisamente en una sociedad acostumbrada a él. Por eso perseguimos
metas instantáneas y miramos poco a largo plazo.
Cuando uno busca un médico, un
mecánico, un abogado, por supuesto espera y desea que sea el mejor. Que sepa
mucho más que él de lo que hay que hacer. Antes los ciudadanos procuraban
elegir políticos brillantes y preparados. Pero ahora, cuando uno elige a un político, no
pedimos que sea un tipo con un amplio currículo, un historial de años de
trabajo, unas titulaciones y una preparación que le permita desarrollar son
solvencia su trabajo.
No. Ahora buscamos para que nos
gobierne a alguien como nosotros, alguien en quien nos sintamos identificados.
No pedimos conocimientos, pedimos que sean colegas. Como si para operarnos del
corazón buscáramos a un chaval de 2º de Medicina, de la edad de nuestro hijo
pequeño, el que estudia peluquería…
Hoy, los políticos y las políticas “de género” se permiten enmendar la
plana a la RAE o a la Real Academia de la Historia o al sursum corda. Ahora se va a perpetrar el que los alumnos puedan pasar de curso con más
suspensos porque la izquierda es igualdad. Igualdad por abajo, claro. La
izquierda de ahora nunca ha premiado la excelencia, ha fomentado la estulticia
y la vagancia y el desprecio por el trabajo bien hecho. Incluso por el trabajo
simplemente. Los empollones siempre
hemos sido fachas, pero ya no habrá ese problema. Ya nadie necesitará ser
empollón así que se acabó la discriminación. Todos, igual de burros. Todos
vamos a ser Adriana Lastra y a disfrutarlo.
Hoy, los analfabetos funcionales nos gobiernan sin ningún complejo. Por
eso los votantes están bien representados y tan contentos consigo mismos.
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