martes, 17 de diciembre de 2013

YO CONOCÍ A CLARA. Y AÚN ME DUELE.

Sí, tengo que confesarlo. Conocí a Clara y a muchos de sus amigos. Y todos ellos se llamaban Clara también.

Viví mucho tiempo al lado de un poblado marginal de Madrid, Los Focos, ya felizmente desaparecido, en el entonces también marginal y siempre emblemático barrio de San Blas. En ese olvidado ya lugar, habitado mayoritariamente por gitanos, se vendían minutos de felicidad a cambio de vida. Clara era cliente habitual.



Clara pudo haber elegido ser periodista, o abogada, o dependienta, o médico o lo que fuera. Pero decidió que no podría ser nada de eso. O que no le merecía la pena luchar por ello.

Yo vi muchas veces a Clara. Era amiga del grupo, una más. A veces más lejana, a veces menos. Siempre fue distinta, más introvertida aunque también más divertida. Una rara y bonita mezcla. 

Clara quiso volar y soñaba siempre con hacerlo. Lejos, muy lejos. Yo la vi vestida de muchas formas y desnuda de muchas otras. Iba a diferentes horas y dentro de diferentes cuerpos. 

A veces llegaba en autobús a la luz del día, pasaba rauda con prisas y temblando. Llevaba mucho tiempo sin meterse. Dentro le esperaba la felicidad completa por mano de quienes sólo querían de ella su dinero. Por mano de quienes jamás apreciaron su hermosos ojos y su corazón puro. Pero la verdad es que nosotros tampoco lo hicimos lo suficiente.

Otras veces llegaba en taxi por la noche. La esperaba unos minutos y luego la recogía. También prisas, siempre con prisas.

Un buen día, las autoridades decidieron tapiar el poblado con una valla de ladrillo blanca y dejaron sólo dos salidas que pudieran controlar mejor. Una inutilidad. Creo que lo hicieron para tapar su vergüenza y de paso la nuestra. Al cabo de poco, la valla presentaba numerosos agujeros que se multiplicaban como por ensalmo. Y Clara los conocía todos.

La vi alguna vez junto a esa misma valla, rodeada de amigos que yo no conocía, con una jeringuilla clavada en el brazo. Y no hice nada. La última de esas veces, sus amigos no estaban, la habían abandonado, como habíamos hecho todos. En lugar de ellos y de nosotros había personas vestidas de blanco o de azul que la cuidaban. Creo que tendría frío porque la cubrieron con una manta y se la llevaron.

La echamos mucho de menos. Cada vez más. Nos pesa su ausencia. Y nos pesa mucho más el saber que nosotros, todos, pudimos haber hecho algo más por salvarla y no lo hicimos. Eso lo tendremos siempre sobre nuestras conciencias.

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