Publicado en Minuto Crucial 21/5/2021
Pérez-Reverte escribió en su
célebre artículo de 2014 “Es la guerra santa, idiotas” que ‘A Occidente, a
Europa, le costó siglos de sufrimiento alcanzar la libertad de la que hoy goza.
Poder ser adúltera sin que te lapiden, o blasfemar sin que te quemen o que te
cuelguen de una grúa. Ponerte falda corta sin que te llamen puta.’
Pues bien, todo eso y muchas cosas están más en peligro ahora que nunca
desde el segundo sitio de Viena, en 1683, cuando se detuvo al ejército otomano
del gran Visir Kara Mustafá. Bien, pueden llamarme exagerado, están en su
derecho. Como yo en el de considerarles estúpidos a ustedes.
A lo que ha sucedido en Ceuta,
muchos no lo consideran una invasión porque conciben las invasiones con las
viejas formas de lanzar ejércitos a la conquista por la fuerza militar de
territorios para cambiar las fronteras. Los que dicen eso no han evolucionado.
Ignoran que, por ejemplo, un ataque informático o una campaña de propaganda
falsa por redes sociales para desestabilizar desde otro país son también una
invasión. El mundo islámico siempre ha
vivido de conquistas territoriales. Nació así y nunca ha dejado de ser
expansivo y violento. Donde más fuerte está avanzando ahora es en el África
subsahariana, llamada África negra hasta que el buenismo progre nos hizo quitar
el negro de nuestra paleta.
Pero esas conquistas por la
fuerza no serán nunca el método, al menos inicialmente, para conquistar
Occidente. El ejército de cualquier país occidental, y por supuesto de la OTAN,
no tiene nada que ver con los de Mali, Chad, Sudan o Burkina-Fasso. Allí si
entran a golpe machete y de AK-47. Aquí no vendrán enarbolando cimitarras ni
tampoco con los flamantes F-35 que, a razón de 100 MM de euros cada uno, ha
comprado el régimen marroquí, el mismo que mantiene a sus súbditos en la pobreza.
Los de fuera conocen nuestros puntos débiles, que no son otros que un
inexistente conocimiento de la Historia, nuestros propios complejos de culpa como
occidentales, una profunda ignorancia sobre los motivos reales de la miseria en
el Tercer Mundo, una subestimación de la fuerza del enemigo y una pretendida
superioridad moral que esconde en realidad una crisis absoluta de valores.
Por esos motivos, la larga
reivindicación de Marruecos de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla es
objeto de poca preocupación, cuando no complacencia o directa complicidad por
parte de muchos españoles. Y la regular emigración ilegal se ve con
simpatía por parte de quienes se hartan de decir que nosotros tenemos la culpa
de su pobreza, que también los españoles fuimos emigrantes, que vienen “los
mejores” y todas esas simplezas creadas por gente simple y para gente simple. Y
eso lo sabe el enemigo.
Por eso, la invasión lleva largo
tiempo en marcha. Y no es militar. Si algo no existe en el mundo musulmán es la
prisa. Ellos mismos dicen que la paciencia es la llave de la solución. Mientras que en Marruecos la población
menor de 15 años es de más del 26 %, en España hay ya más perros que niños
porque nuestra aversión al compromiso ha creado metástasis. Eso es una
bomba demográfica, la mejor arma de Marruecos contra España. Con ella lanzan a
miles de paisanos todas las semanas para ir minando nuestros recursos,
fomentando divisiones y creando aquí la quinta columna necesaria para sus
fines. Poco a poco, fundan en España asociaciones, lobbies o incluso partidos
políticos. Construyen aquí y fomentan allí relaciones económicas que serán
utilizadas como chantaje ante cualquier crisis. Así, en seguida, han aparecido
voces advirtiendo de las posibles consecuencias que tendría una postura dura
por parte de España para las inversiones españolas en Marruecos. Como siempre,
los valores y la dignidad, supeditados a la economía. No nos hagamos más daño y
tal.
¿Resultado? Pues ahora tenemos a
2000 menores más entre nosotros a gastos pagados hasta sus 23 años. Sus padres, felices en Marruecos, pueden
estar tranquilos de que los cuidaremos mejor que a nuestros propios hijos.
Y eso nos vendría hasta bien si no fuera porque ya tenemos una tasa de paro
juvenil del más del 40 %.
Lo que buscan con nuestro
debilitamiento es que nos cansemos, que abandonemos, que nos hundamos tanto que
cedamos y entreguemos Ceuta y Melilla por puro hastío. Exactamente lo mismo,
por cierto, que buscan los nacionalistas vascos y catalanes, que están deseando
oír eso de “pues que se vayan”. Igual que Marruecos. No tiene nada de casual
que Puigdemont se haya alineado con la posición de Mohamed.
Y frente a los que denunciamos que esto ha sido una fase más en la
Larga Marcha de Marruecos contra España, ¿qué encontramos? Pues a mucha gente
que vive en la Luna. Encontramos a
esas personitas débiles criadas entre documentales infantiloides, Historia
manipulada, consignas bobas, profesores cómplices, medios anestesiados o
comprados y toda una sociedad construida para el bienestar sin esfuerzo.
Y así, cuando se da la ocasión,
elevamos a categoría de ejemplo lo que no lo es en absoluto. Porque esa Luna a
la que ahora ensalzan los progres es la cristalización de todos esos puntos
débiles que citaba antes. Luna condensa
ese complejo de culpa que tenemos, ese desconocimiento, esa subestimación del
problema que hay delante y esa superioridad moral que nos arrojan a los demás.
Como si nosotros deseáramos la muerte para ese hombre al que abraza.
Cientos de ONGs y miles de
personas viven en España de atender a menores extranjeros. La Cruz Roja, como
otras asociaciones, me recuerda a esos bomberos pirómanos que provocan
incendios para tener asegurado el trabajo. Necesitan fomentar que haya más
inmigrantes ilegales para luego poder llamarme a casa por teléfono a pedir mi
colaboración. Por cierto, espero que la próxima conversación telefónica entre
un empleado de Cruz Roja y yo, cuando me llamen para eso, les quede
perfectamente grabada.
Lo que verdaderamente tiene mérito es ir a
África, como hacen los misioneros jugándose la vida, e intentar hacerles
progresar. Ponerse una chaquetilla roja y llorar es una escena sentimentaloide
y falsa, como cualquier serie de Netflix.
Sólo los simples creen en las soluciones simples. Y una sociedad
acostumbrada a lo fácil no busca más que lo fácil. Abrir la puerta para que
pasen todos es un gesto simple pero nunca será la solución sino el problema.
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