Publicado en Minuto Crucial el 14/5/2021
Si a este artículo le pone usted
interiormente la voz y la entonación de Félix Rodríguez de la Fuente,
seguramente lo disfrutará leyéndolo tanto como yo escribiéndolo y se reirá
durante un largo rato. En ejercicio de mi libertad literaria, me he permitido
poner algunas comas gramaticalmente incorrectas pero que refuerzan las pausas
dramáticas, fundamentales en la narración de nuestro añorado Félix. Ahí va:
Queridos amigos de “El Hombre y
La Tierra”, hemos asistido estos días con profunda emoción y no poca sorpresa,
a la desaparición súbita, inesperada y sonora de uno de los ejemplares más
perniciosos, más dañinos, más nocivos para nuestra querida fauna autóctona. Se trata, como ustedes ya sabrán, de uno de
los individuos destacados de esa especie, rastrera y dañina como pocas, que es
la rata roja ibérica.
Esta variedad nació de una
perfecta hibridación entre nuestra casi inofensiva rata europea común y la
“rattus bolivarianus”, temible especie importada de Sudamérica, donde lleva
décadas asolando gran parte de aquellas maravillas tierras hermanas convirtiéndolas
en páramos, en estercoleros, en desiertos tórridos en los que, a su paso, no
corre ya una brizna de libertad ni de bienestar.
Esta, pues, especie invasora,
encontró en nuestra piel de toro un caldo de cultivo sensacional. Se topó aquí con una muchedumbre
anestesiada, profundamente ignorante, acomodada y egoísta, predispuesta a
pastar del alimento fácil y engañoso que estas ratas proporcionaban: el odio y la
simpleza absoluta.
Como ha quedado demostrado, es esa
ignorancia su sustrato principal, cultivada hasta la saciedad durante décadas, desde
un sistema educativo infame, la que les sirvió para su rápida diseminación y
socavamiento de los cimientos, de las bases, de las columnas de Hércules en las
que se asienta nuestra ya no tan joven democracia. Miles de mentes, con el
juicio debilitado, fueron presa fácil de la voracidad de estos devoradores
insaciables. Contribuyeron a ello, cómo
no, unos agentes sociales indolentes, cuando no cómplices, y una clase política
acomodada en su hábitat natural. Por ello, pudieron diseminar la mentira, el chantaje emocional, el
cortoplacismo y las falsas promesas, por ejemplo, de que no es necesario
cultivar su propio alimento sino que basta con apropiarse del de los demás, en
un ejercicio de parasitismo, tantas veces observado en la Naturaleza.
Es por todo eso que esta nociva especie
se desarrolló con gran éxito en nuestro tejido social y político, y lo hizo con
una fuerza inusitada, dominando ecosistemas diversos en donde jamás hubiéramos
sospechado que podría extenderse. Fruto
de ello, anidaron en lugares antes habitados por el espíritu crítico y la
cultura, como son las universidades o los medios de comunicación, produciéndose
entre ellos una simbiosis destructiva para el resto de especies autóctonas.
Utilizando sus habilidades
camaleónicas, propicias para su extensión, lograron con éxito pasar por pacifistas,
por demócratas, por tolerantes, por renovadores. Consiguieron así introducirse
en el cerebro de muchos crédulos, estimulando hábilmente los resortes de los
sentimientos, logrando con ello hacerles ver una realidad distinta a la que
existe. Pintaron un presente negro, y avisaron de miles de peligros
inexistentes para disimular así que el peligro real son ellos. Lograron enfrentar a unos individuos con
otros, a unas especies con otras, en una suerte de aquelarre de destrucción, en
el que ellos se erigieran como únicos salvadores.
Afortunadamente, nuestro
ecosistema parece estar reaccionando. La Madre Naturaleza es sabia. Como
cualquier organismo infectado, está generando anticuerpos que se han cobrado ya
una pequeña victoria, mostrando así el camino a otros e insuflando esperanza en
nuestro maltrecho solar patrio. No es este
que ha caído el único individuo pernicioso de esa temible, voraz y depredadora
especie. Hay más, muchos más y tanto o más peligrosos, pero ya han demostrado
que ni son invulnerables ni son todopoderosos. Permanecen, eso sí,
esgrimiendo de forma ostensible sus
armas unos, y más o menos agazapados otros, perfectamente mimetizados
entre el paisaje, haciéndose pasar por individuos inofensivos pero prestos a
salir de sus guaridas a cobrarse nuevas presas en cuanto nos descuidemos.
Ahora sólo falta, que todos
nosotros al unísono, como en una perfecta, en una armónica sinfonía de valores
y afanes comunes, acabemos con esa plaga de parásitos que aún sueña con hacer de
nuestra destrucción, su modo de vida.
Siempre encontraremos esperanza
en la Naturaleza, esa madre que, como
todas las madres, a veces se manifiesta exigente pero siempre será bondadosa
con nosotros si la respetamos y estamos dispuestos a aprender de nuestros
errores.
Esta agitada primavera, ha traído
brotes verdes a Madrid, y es de esperar que, con algo de suerte, aparezcan más
en toda la península, y con mayor fortaleza aún si cabe, para acabar de limpiar
así de estas ratas nuestra valiosa, única, querida y admirada internacionalmente,
por todos los naturalistas del mundo, Fauna Ibérica.
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