Publicado en Minuto Crucial el 19/2/2021.
La fiebre es un mecanismo de
defensa del organismo. Sube la temperatura para que los agentes infecciosos se
reproduzcan más despacio y dé tiempo al sistema inmunológico a destruirlos. Hay
que dejarla trabajar porque cumple su función de librarnos de enemigos.
Y los votantes de VOX están ahora
enfervorizados. Parece el bálsamo de Fierabrás, la solución a todos los males
de España, el remedio contra sus enemigos… ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta
antes?
Pero resulta que VOX no es un problema para nuestras enfermedades: la
izquierda y el nacionalismo. No ha
detenido ni a unos ni a otros. Al contrario: el grito de “¡qué viene la
derecha!” ha movilizado en las urnas contra ellos a miles de personas que no pensarían
nunca en votar pero que han sido presa fácil de ese mensaje tan simple y
previsible.
Porque la aparente irritación que
VOX causa entre los dirigente de izquierda es falsa. Todo el odio que los
voceros de izquierda y nacionalistas expulsan en debates, entrevistas o redes
sociales es absolutamente impostado. Ellos no están preocupados por el “peligro
fascista”. Es todo mentira. Babean de gusto, disfrutan horrores cuando VOX se
posiciona contra el aborto, contra la eutanasia, cuando se escabulle de condenar
el franquismo, cuando cuestiona nuestra posición en Europa y la propia
naturaleza de la Unión Europea, por poner unos cuantos ejemplos. Adoran las
intervenciones de Macarena Olona, Espinosa de los Monteros o de ese diputado
regional de Madrid que trata como a un hombre a una diputada transexual del
PSOE. Eso es darles munición gratis. Así
puede tacharlos sin más de “fachas”, un mensaje simple hecho para mentes
simples. No necesitan más argumentos. Argumentos que, por otra parte, los
votantes social-comunistas no entenderían.
Así, el resultado numérico es
beneficioso para la izquierda porque VOX les ha servido para dos cosas:
primero, solivianta, como decía, a votantes nuevos y ahí están los resultado de
la CUP o Podemos en Cataluña para demostrarlo. Y, segundo: sirve para debilitar
al Partido Popular porque atrae a sus votantes más derechistas dividiéndolos.
Dos por el precio de uno.
Porque el éxito de VOX no está en
sus propuestas, sino en su forma de trasmitirlas, su actitud. Las propuestas de VOX, quitando la caspa
rancia de sacristía, que es mucha, han sido muchas de ellas defendidas antes
por UPYD, por Ciudadanos o por el propio Partido Popular en el que, no se olvide,
militó Abascal durante años. La diferencia es la vehemencia, la
determinación y la consistencia en el mensaje, que en Cs y PP es muy poca. Y
quienes han hecho gala de ella han sido cesados o invitados a irse. En el PP,
la sombra de Rajoy es muy alargada y en Ciudadanos aún no han encontrado su
camino después de huir de Cataluña.
VOX, siendo un partido
constitucional, es demonizado y perseguido como lo son o hemos sido también
esos otros partidos. La diferencia es que VOX no se pliega, no se acomoda, no se
doblega. Algunos desaparecimos por ser así. Eso no hace a todas sus propuestas mejores, sólo significa que las
defiende con coraje, algo digno de apreciar, en contraposición con la oposición
de juguete y acomodaticia que están haciendo PP y Cs.
De siempre, las catastróficas
políticas de la izquierda han sido contrarrestadas por una mejor gestión
económica general cuando llegó el PP al poder. Gracias a ello, pudimos entrar
en la Zona Euro, por ejemplo. Las recetas económicas y políticas del
centro-derecha tradicional han sido el refugio del votante en 1996 y en 2011,
en la confianza de que sabrían reconducir la situación que dejó el PSOE, como
así fue en las dos ocasiones.
Pero ahora no es esa la
situación. Al PP le están pasando factura sus casos de corrupción y, sobre
todo, la blandenguería, la cursilería, la nefasta gestión ante la crisis
nacionalista de Aznar, de Rajoy y de Casado. Ahora nos damos cuenta de que no
tenían visión de futuro sino de que iban partido a partido, legislatura a
legislatura, buscando apoyos donde jamás tenían que haberlos buscado. Desperdiciaron incluso mayorías absolutas
que les hubieran permitido implantar las reformas necesarias para un estado más
igualitario donde los nacionalistas no tuvieran influencia alguna en el
gobierno de España. Pero para eso tenían que sacar la vista de las arcas
públicas y mirar al horizonte.
VOX nació ante la pasividad de PP
y Cs y el mejor ejemplo son las últimas elecciones catalanas. En el PP de siempre
y en el Ciudadanos post-Rivera de ahora, confunden el radicalismo con el
extremismo y huyen de ser etiquetados así, como si huir les hubiera servido
para algo. Y ese es su verdadero mal.
Porque vamos a descubrir algo aquí que muchos no entienden: ser radical
no es ser extremista. No creo que se pueda tachar de extremistas a
políticos como el asesinado Gregorio Ordóñez, María San Gil, Cayetana Álvarez
de Toledo, Isabel Ayuso , Vidal-Quadras o García Albiol. Pero tampoco a Rivera,
Girauta, Rosa Díez, Nicolás Redondo Terreros o Joaquín Lequina. No son
extremistas pero sí son todo lo radicales que hay que ser a la hora de proponer
sus mensajes, de delimitar sus líneas rojas y de llamar a las cosas por su
nombre. Algunos son hasta revolucionarios en sentido estricto, como lo fuimos
siempre en UPYD.
Esa radicalidad sí la tiene VOX y
por eso está teniendo su éxito. Porque
el electorado harto de podemitas y nacionalistas los compara con Casado, Cuca
Gamarra o la nueva Arrimadas, que no parece la misma desde que vino de
Barcelona a Madrid. Y no hay color, claro.
El problema es que VOX, además de
radical es extremista y en seguida que se rasca, aparece la caspa a la que me
refería antes, esa que siempre hará que su techo de votos sea más bajo de lo
que ellos creen. Un techo que no servirá nunca para desalojar a Sánchez y a sus
cómplices. Es muy difícil el trasvase de votos izquierda-derecha con lo que,
como mucho, VOX podría ocupar parte del espacio de Cs y PP pero nada más. Y eso
nunca será suficiente. Por ello, el sanchismo-podemismo está feliz.
La función de toque de atención
de VOX debería funcionar y que nuestro organismo tradicional hoy, o sea, PP, CS
y otras agrupaciones civiles incluso de centro izquierda, fueran capaces de
analizar correctamente el problema, dejarse los egos en casa, cambiar
totalmente de actitud, cosa muy difícil, y administrar las medicinas correctas
antes de que ganen los patógenos o de que suba más la fiebre. Los virus nos pueden matar pero es que una
fiebre elevada nos mata también. A partir de 42 grados nuestro organismo entra
en coma y a los 43 muere.
La solución pasa hoy por una refundación
del centro. Un centro moderno, europeísta, sin lastres carcas, con amplitud de
miras, que no significa querer agradar a todo el mundo. Y con dirigentes
que sepan que una cosa es negociar y otra rendirse, que planteen las cosas
claras a la ciudadanía y una agenda de futuro que incluya confrontar el problema
nacionalista con decisión y radicalidad. Que sean comprometidos y que llamen a las cosas y a las personas por
su nombre y que sean capaces de hacer ver al electorado abstencionista el error
que comete quedándose en su casa.
Se puede ser de centro y ser radical. Algunos sabemos muy bien lo que
es eso pero está claro que otros muchos lo van a seguir sin entender y mientras
eso sea así, mal vamos.
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