Publicado el 9/10/2020 en Minuto Crucial.
Escuchando a Cayetana Álvarez de
Toledo, lo primero que uno hace es reencontrarse con un discurso medido,
trabajado, culto, rico en matices y en vocablos cada vez menos oídos en un
político casi desde los lejanos tiempos de Castelar. Como, por ejemplo, la
palabra abulia. Es la usada por ella para calificar la actuación del gobierno
de Sánchez en relación a la pandemia tras la finalización del estado de alarma.
Dice la Real Academia de la Lengua que abulia es pasividad, desinterés y falta de
voluntad, así que está utilizada aquí con toda propiedad.
Pues esa abulia también es la que
hace que, de forma persistente, casi uno de cada 3 españoles decida no votar
nunca en las elecciones generales. En las últimas, el partido ganador obtuvo un
28 % de los votos. Pero resulta que hubo un 33 % de abstención. O sea, sólo
votó el doble de personas de las que no lo hicieron. El PSOE convenció a sólo 18
de cada 100 personas con derecho al voto. Y con esos mimbres como base, tenemos
el gobierno que tenemos. Me dirán que los demás convencieron a menos aún. Pues
claro: ese es el problema.
El poder de decisión de esa
tercera parte de los ciudadanos que se quedaron en su casa es mucho mayor que
el de los que votan a cualquiera de las opciones políticas. Repito: se quedó en
casa 1 de cada 3 y votó al PSOE menos de 1 de cada 5. Los abstencionistas son
los que han contribuido en mayor medida a formar el gobierno que tenemos ahora.
Dicho más claro: el gobierno que tenemos es el elegido por los abstencionistas
para dirigir España, lo vean ellos así o no.
Yo nunca me abstuve desde que
pude votar por primera vez en 1982. Me parece inmoral. Es muy conocida la frase
de Platón: “el precio de desentenderse de la política es dejarse gobernar por
los peores hombres”. Y eso es lo que me parece la abstención, una forma de
sacudirse las pulgas y dejarlo todo en manos de los demás. Demás, por cierto, a
los que luego exigen que lo hagan bien, como si un abstencionista tuviera
derecho a hacer esa exigencia. Yo, para empezar haciendo amigos, les niego ese
derecho.
La principal razón esgrimida por
el abstencionista es la de que “todos los políticos son iguales”. Eso les ha
venido muy bien a los que realmente sí son “iguales” y deja poco margen para los que luchan cada día
por el bien común, sean del partido que sean. Incluso para los que hay así
dentro de los grandes partidos, que son bastantes, por otra parte y que son
confundidos pronto con los demás por ese electorado muchas veces ovejuno.
Sí, he dicho electorado ovejuno.
Y lo reitero: ovejuno, borreguil, adocenado, incapaz, adoctrinado, analfabeto
políticamente y no sólo políticamente. Gentes cuyos conocimientos de política
se resumen en lo que cabe en tres o cuatro camisetas y pancartas. Decir que el
votante nunca se equivoca es como decir que el cliente siempre tiene razón: una
falsedad capciosa. Y si el votante se equivoca, el abstencionista se equivoca
aún más. Siempre.
Los abstencionistas que no votan
porque dicen que no hay ningún partido que los represente del todo parten de
una base equivocada. Nunca vamos a compartir todas las ideas de ningún partido.
Y si así fuera, sería señal de que estamos equivocados y no meditamos lo
suficiente. No encuentran a un partido ideal pero, a la vez, muchos están
convencidos de, entre los 7.500 millones
de personas que hay en el mundo, haber encontrado a su media naranja con la que
coindicen en todo… A veces exigimos
demasiado y a veces, demasiado poco.
Esa abulia la alimentan los malos
políticos con sus narcotizantes discursos ideologizados y populistas; con su
corrupción; con su falta de interés en los problemas reales; con su tendencia a
crear otros donde no los había y con su lejanía del electorado…. Unos con su
altanería prepotente y otros con su comportamiento barriobajero. En definitiva,
con su burundanga diaria que adormece, que cansa al electorado, que lo
anestesia. Con eso atraen a votantes
incapaces y radicales y expulsan a gente moderada que, de buena fe, acaba creyendo
que no hay ni puede haber nadie que vele por los intereses de todos.
Concediendo, por tanto, a los
abstencionistas que no hay ningún partido con el que nos identifiquemos del
todo, siempre tendremos alguno con el que lo hagamos más que con los otros, aunque
haya cosas en su programa que nos disgusten. Incluso, que nos irriten. A mí me
pasa incluso con el mío. Hay que hacer una personal escala de valores y votar
siempre por el menos malo porque si ese no nos gusta y no le votamos, lo más
fácil es que gobierne el más malo. Ese que sí se va a dedicar a hacernos la
vida imposible del todo.
La postura de quedarse en casa en
demasiado cómoda. No compromete, no nos señala, no nos identifica… A menudo el
abstencionista se sube a un atril real o virtual y empieza a dar lecciones
sobre lo mal que está todo y que nadie lo soluciona. Y pretende que lo arregle
un partido al que no ha votado sin recordar que a ese partido lo ha formado y
mantenido gente que no piensa como él.
El voto hoy no es como el voto en
1986 o en 2000, por ejemplo. Aquí no están ya en juego sólo políticas
relativamente cercanas en el espectro político, separadas por unos pocos grados
en el hemiciclo. No están en discusión medidas moderadas, modernas, europeas,
más o menos sociales, más o menos liberales, más o menos socialdemócratas... No
está en liza hoy decidir de qué color queremos las paredes o si ponemos
venecianas o cortinas en las ventanas como sí lo estuvieron desde 1978 hasta
2004, con la llegada del infame Zapatero. Están en juego hoy los fundamentos
básicos de nuestro Estado de Derecho. Están en peligro la mera existencia de
España y nuestras libertades. Con un gobierno parasitado de comunistas, que ha
desembarcado a los suyos en el CIS, el CNI, la agencia EFE, RTVE o la Fiscalía,
que quiere hacer lo mismo en la Justicia y defenestrar la Corona, están en
peligro esas libertades que nunca vimos en riesgo desde 1978, a pesar de los
embates sanguinarios de los terroristas que se empeñaron en ello.
Una canción de ‘Celtas Cortos’
dice: “Si en España el aumento del paro / ya va por el tercer millón / y si el
campo se va a la mierda / y el poder huele a corrupción, / tranquilo, no te
pongas nervioso, / tranquilo, majete, en tu sillón.” Pues, de momento, estamos a punto del cuarto
millón y hay mucha gente demasiado tranquila…
Hago un llamamiento al
abstencionista para que deje de serlo, para que se ponga en pie y haga un
esfuerzo por distinguir el grano de la paja. Por identificar los verdaderos
problemas que tenemos y quiénes los han creado y los alimentan y así poder expulsarlos
definitivamente de la vida pública.
Una vez nos hayamos vacunado
contra ellos, una vez tengamos fuera de la política a los extremistas, a los
violentos, a los revanchistas, a los falsos, a los mediocres, a los corruptos…
entonces, cuando ya los cimientos mismos de nuestra casa no corran peligro,
como ahora pasa, será posible volver a decidir entre todos de qué color
pintamos la escalera o si cambiamos el ascensor.
Cuando hagan hecho ese esfuerzo,
para ellos supremo, espero que ya nunca deje de importarles quién nos gobierna.
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